Que Independiente hace meses no juega bien, no es novedad. No hace falta ser especialista ni crítico analítico dede deporte para darse cuenta que el fútbol que despliega el equipo no es el mismo. Que la cosa no camina. Sin embargo, lo que pasó en Colombia es para reflexionar y para pensar el deterioro a lo largo del 2018 y 2019.
Un equipo de fútbol puede jugar mal. Puede agarrar la pelota, hacerla circular en su propio campo, buscar los espacios sin éxito, hacerse largo, mostrarse inconexo, fallar los tiros al arco, tirar centros a cualquier parte. Puede pasar. Pero Independiente en Colombia no jugó mal; directamente no jugó.
El equipo no respondió, estuvo como diezmado, como si lo hubieran matado en vida. Algunos os jugadores de Independiente agarraban la pelota y la rifaban a cualquier lado, dando los pases mal, sin marcar, dejando a los rivales hacer lo que quieran. Fue increíble, difícil de entender en ciertos deportistas de jerarquía.
Ahora bien, cuando se alinean los planetas, poco ya y cada vez menos, y el equipo va para adelante y los jugadores reaccionan como si les hubieran metido una cachetada, es donde se ve que el orden está. No responde, o responde cada vez menos, pero está.
Lo que no se puede desasnar es por qué Ariel Holan eligió futbolistas que trotan la cancha, o dando pelotas por vencidas cuando al menos mordiendo le podrían complicar la trayectoria al rival. Independiente tiene que reaccionar urgente y los jugadores, si juegan mal -que puede pasar- por lo menos dejar la vida en cada pelota. Es sólo una cuestión de actitud.
