¡Qué sensación! Casi que las palabras fluyen solas con semejante paz y tranquilidad en esta alma. Independiente ganó el partido que tenía que ganar, y por una multiplicidad de factores, dejó soltar ese desahogo tan necesario que se nos venía negando hace tiempo. No sé si estamos felices, pero estamos bien. Nos invade ¡por fin! una sensación de que vamos por el camino correcto.
La cosa se presentaba difíciles en el últimamente tan anegado Libertadores de América. El Rojo no le encontraba la vuelta al partido y nuestros corazones dejaron de latir en ese mano a mano increíble que se perdió Gustavo Bou en el primer tiempo. Era raro, qué se yo. Había ánimo que podía entrar la bocha, pero hay que admitir que también estaba palpable ese miedo a perderlo todo.
Lo cierto es que, como casi siempre, la historia terminó para que se desate la locura en todos los rincones del estadio. Entró la de Rigoni, Meza se disfrazó de Barco, ganó el Rojo y lo demás no importó nada. Explosión y desahogo. ¡Uf! qué desahogo… un grito que destrabó algo que venía latente, y que siempre se intentó dejar en claro en esta columna semanal: la ilusión.
El triunfo de Independiente dejó que los hinchas, de una buena vez, nos animemos a ilusionarnos. A que soltemos ese perverso mecanismo de defensa que construimos tras años y años de fracasos. El Rojo hizo que rompamos el cascarón, que nuevamente aspiremos a algo. No me digan que a la salida, caminando por Alsina, no tantearon conversaciones ajenas donde incluso especulaban con la derrota de Boca, la visita a la Bombonera en la fecha veintisiete. Frenemos acá.
La victoria nos tiene que mostrar agradecidos, pero hasta ahí. Porque ahora el hincha de Independiente rompió la caparazón que lo cubría de inmundicia, de lamentos y penurias, y se ilusionó. Y no hay nada peor que un hincha ilusionado. Así que es momento de ratificar el compromiso. Plantel y cuerpo técnico: se ganaron al hincha de Independiente, ahora no lo defrauden. Vayan por todo, en todos los frentes. Estamos con ustedes.
