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El sueño perfecto

hinchada

Y te soñé como siempre, como nunca. Tan repleto de almas rojas que desbordaba, así estaba el Ducó. La tarde caía, el sol también, algo opacado por el oscuro cielo que avecinaba alguna tormenta, pero no importaba, todo se relució cuando saliste a la cancha. Con sólo ese brillo que vos tenés, que podés irradiar, que contagia hasta el menos sentimental. Y levantaste los brazos, con altura, con presencia, sabiendo que era tu tarde. La cancha estallaba, se venía abajo. Del  otro lado, los cantos se convertían en miedo, las gargantas de los hinchas de Boca se apagaban, se mezclaba con el aire espeso de las bengalas. Todo era ROJO. El “…y dale, y dale, y dale ROJO, dale…” era un grito de guerra, y así lo supiste entender.

El pitazo inicial desbloqueó la tenacidad del corazón, los latidos ya eran normales, aunque con cada avance de Boca, galopaba sin mesura. El aliento de la gente era descomunal, porque cada uno sabía, inconscientemente, que ese era el día del volver a demostrar lo que éramos. Que a partir de acá se empezaba a escribir otra historia, una nueva, llena de magia y de encanto. Así, con ese ferviente aliento, llegó el primer gol. Después del primer grito venía la bocanada de aire, para seguir gritándolo. La alegría era inconmensurable, purificadora. Y así vino el segundo, un rato después, en el medio de la fiesta roja. Enfrente miraban asombrados, como petrificados, sin entender como un equipo que, futbolísticamente no podía superarlo, le ganaba tan claramente.

El secreto estaba en el corazón, en la cabeza, en ser fuertes de alma y acudir al famoso fuego sagrado, ese que nuestra historia tanto conoce. Y así fue, así se empezaba a edificar un triunfo curativo, para empezar a creer. Y así vino el segundo tiempo, y cuando éste promediaba, vino el tercer grito estremecedor, ese que terminó de desbandar la locura, los nudos, los nervios, las penas y los miedos. Ahora, sí, ya se olía el triunfo que tanto se quería, ya estaba al alcance de la mano. Sí, otra vez ROJO, otra vez nos dabas otro clásico, con la fuerza del corazón, y con destellos de buen fútbol, pero lo más importante: transpirando la camiseta, con orgullo y algo de mística roja.

El descuento sobre el final no inmutó a nadie, ni a los de Boca que estaban arrastrándose, ni al carnaval ROJO, que iluminaba la noche con las bengalas, las luces y, sobre todo, con la inmensidad de su aliento. El pico de la locura desaforada, desatinada y extravagante llegó con el pitazo final. Se iba la miseria, se iba la mufa, se iba la decadencia. Sí, esa fue la tarde noche donde empezó la levantada, donde se marcó un camino de grandes partidos, donde se volvió a ser lo que nunca debimos dejar de ser: gloriosos.

Ojalá que no quede en un sueño: Dale Rojo, hacelo por tu gente, dale que VOS podés…

Lucas Sawczuk para Infiernorojo.com

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