Poco participativo en el primer tiempo, activo en el segundo, Pablo Hernández tuvo altibajos ante River y debería haber sido más gravitante.
La clase de Pablo Hernández es indiscutible. Un mediocampista consciente de todo lo que sucede a su alrededor, con buen pase entre líneas y cambio de frente preciso, la pausa necesaria, lectura de juego y colaborador en la marca. Pero durante el primer tiempo ante River le costó encontrarse en la cancha, hasta por momentos parecía que Independiente prefería saltearlo.
En los primeros 45 minutos, el tucumano jugó de enlace en un 4-2-3-1, por delante de Francisco Silva y Nicolás Domingo, en un equipo desconectado del 9, que buscó en el pase largo a Emmanuel Gigliotti su principal arma de ataque. También es cierto que el Millonario realizó el mayor desgaste, presionó alto e impidió que la pelota le llegue clara. Muy poco para el jugador que debiera ser la manija del equipo.
En la segunda parte, con el cambio obligado del chileno Silva y el 5-2-3, Hernández bajó unos metros y ahí sí logró conectarse más con la pelota. El 19 fue el encargado de comenzar los ataques del Rojo, tomar los pases de los centrales y transformarlos en acciones de ataque. Compensado por la marca de Domingo, pudo priorizar la generación de sociedades con Maximiliano Meza y sostener el funcionamiento requerido por Ariel Holan.
Ya con la salida del 5, el futbolista que juega para la Selección de Chile quedó netamente en el círculo central, rodeado por Martín Benítez, Ezequiel Cerutti y Meza, pero sin las herramientas necesarias para frenar las escaladas de los atacantes rivales. Cerró un partido irregular, que confirmó todo su estilo a la hora de tener el balón, pero con una gran incógnita: ¿en dónde rinde más Hernández?
