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La era del equipo chico

chicesosa

 

Allá por la dirección técnica de Chiche Sosa, un nuevo “insulto” se instaló en los oídos de los hinchas. La Bombonera, impotente, había acuñado en la tarde soleada de Lucas Molina el peor estribillo para el Rey de Copas: “Equipo Chico, la p …que te parió”.

Veníamos del ruggeriato, que no resistió la primer derrota del torneo (record) pero había comprado picapiedras al por mayor y deslucía el acceso a Libertadores del último campeón agradable.

 

Independiente había sacado un empate en cero cuando todo presagiaba boleta del portento macrista. Ese día, las víctimas del paladar rojo de los 70 y 80 sacaron de abajo del poncho un puñal que durante décadas habían afilado sin conseguir clavarlo en el Diablo. Chiche, otrora ocho fino, avaló la estocada con ingratitud en su despedida: “Nunca dirigí un equipo grande” dijo, con la ironía del mal perdedor de barrio, master en filosofía de “La Raya” (Coco, Mostaza, Babington, Pagani, y siguen las firmas).

 

“Equipo chico” no es agravio para nadie, excepto para un Grande. Valga esta redundancia para certificar que, desde entonces, Independiente no sólo consolidó su alejamiento de las fórmulas del buen juego para ganar sino que, además, no trepidó en avalar casi cualquier método para llevarse los 3 puntos. Intentaré ser más claro: cuando allá por los 80 Independiente ganaba sin jugar bien, había sólo tibios aplausos. Por el contrario, si se empataba (o perdía, a veces, incluso) al cabo de una tarea estéticamente agradable, la hinchada se rompía las manos mientras el equipo elevaba los brazos para el saludo final. Hoy se cae la cancha abajo si se gana, aún con los 11 bajo el travesaño.

 

Las contrataciones de jerarquía ordinaria pasaron a convertirse en norma. Paralelamente, un Ustari o un Agüero pasaron a ser los cometas Halley producidos en el club. Hemos llegado a ver en Primera a chicos que carecen de condiciones no ya para cabecear o pegarle con ambas piernas. La mayoría desconoce dónde queda el arco rival y –con suerte- son habilidosos del “fútbol sin arcos”.

 

Así estamos, inmersos en una realidad afligente.

Independiente es un club enorme, pero año tras año presenta un Equipo Chico.

¿Qué lo define como tal?

 

Un Equipo Chico cuida el cero en el arco propio, antes que nada. Respeta –en el sentido futbolero- al rival aún cuando éste está para “el tiro de gracia”. Se abroquela en el fondo hasta con un hombre de más. Ataca a lo sumo con dos, y llega al ridículo de echar centros para una referencia de área rodeada por tres o más defensores.

 

Un Equipo Chico raspa. Léase: no ahoga para recuperar, raspa, que es un método muy distinto. La razón estriba en que la preparación física del Chico es más limitada y, aún cuando tenga más de 40 profesionales en la plantilla, el plantel es “corto” para la alta competencia.

 

Un Equipo Chico vive de vaivén en vaivén. No hay procesos. Si el DT gana un clásico cuenta con 2 vidas más. Sino, tambalea. Luego, se lo echa. No importa si fue ídolo en la institución: la Presidencia se sitúa por encima de los símbolos y toma medidas fusibleras antes de que el incendio le llegue a ella. En el Chico, un DT “gana” o “pierde” los encuentros. Los mediáticos, obscenamente, declaran: “Yo le gané a Deportivo Tito 4 veces, acá y en cancha de ellos”.

 

Un Equipo Chico tiene un (1) diferente. Para él, la Gloria o Devoto, según venga la mano. El resto acompaña con mayor o menor suerte, pero gira –inevitablemente- en torno a la inspiración del divo. Eso sí: el Chico suele ser solidario en todas sus líneas. Sapiente de sus limitaciones, es el modo único en que puede alzarse con victorias a priori inalcanzables. A veces esa tarde suele ser tan suiza, tan sincronizada, que la impresión de estar ante el Manchester induce a pensar que el tal Equipo Chico no existe.

 

Dejar de ser un Equipo Chico es difícil, pero tampoco es imposible.

 

Arsenal, Estudiantes y Lanús lo han logrado. Así como tiempo atrás ya lo hizo Vélez, en esos clubes se realizó un trabajo interesante, más bien silencioso y con metas pequeñas y concretas.

“Entrar en las copas” nunca fue una meta antes que, por ejemplo, sanear finanzas en serio, auditar las inferiores, elegir cuidadosamente pocos y buenos refuerzos y, sobretodo, vender recién con mediana certeza acerca de cómo reemplazar.

 

Para volver a ser aquellos que muchos preguntan cómo éramos, tener conciencia del tamaño actual es lo básico.

La alternativa esquizofrénica es la sonrisa efímera después de un clásico ganado y al domingo siguiente el conventillo, la depresión y la aberrante quema de ídolos.

 
Por Fabio Rojo para InfiernoRojo.com
(Integrante del Foro de InfiernoRojo)

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