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La mejor rutina

visera

Por lo general, a la palabra rutina se la asocia a algo que, por lo repetitivo, se torna aburrido, o que se hace porque no queda otra. El diccionario la define como el “hábito adquirido de hacer las cosas por mera práctica y sin razonarlas”. Pero hay rutinas y rutinas.

Por ejemplo, la de juntarse con la familia en lo de mi abuelo a comer un buen asado mirando “Los Benvenuto” para luego partir hacia Avellaneda a ver al Rojo me fascinaba.

La única que parecía no disfrutar el momento era la desvencijada combi de un conocido que me cargaba religiosamente todos los domingos junto a mi abuelo, primo, tío y amigos, más algún que otro hincha ocasional, que se agregaba participando del sagrado rito de la cancha (si perdía el Rojo ese día, muy probablemente por primera y última vez). El motor con cada ruido pedía a gritos que nos mudemos cerca de la Doble Visera y emanaba un calor insoportable para los que íbamos más atrás, pero igualmente disfrutaba muchísimo esos viajes.

Ya hacía unos años que la conocía, pero la mole de cemento que de a poco se convertía en mi segunda casa me seguía maravillando como el primer día. Me resultaba excitante saber que estaría en el mismo momento y lugar en el que se producían esos hechos que tanto me conmovían. Al señor de la puerta ya no lo miraba con susto, temiendo que no me dejara pasar porque parecía mayor de doce aunque no lo era. No tenía que poner cara de niño menor, ni entrar sí o sí de la mano de mi abuelo (los memoriosos, o los jovatos, seguramente se acordarán de los pibes que iban solos buscando la mano de un mayor que les haga de “tutor de cancha” para poder entrar) porque ya lucía orgulloso mi carnet de socio.

La tribuna baja de atrás del arco con sus raros escalones, como si fuera una borrachera o primeros síntomas del Alzheimer, atentaba contra la memoria. Hay muchos goles, jugadas o momentos que uno no tiene en la cabeza por la simple razón de que a pesar de estar ahí no los pudo ver por completo, tapado por un integrante de la barra (el Gitano, por lo general), la cabeza de alguien más alto o los carteles de publicidad (si estabas en uno de los últimos escalones).

No creo que todo el estadio se haya complotado para hacerme una joda a mí, así que supongo que el derechazo que le vi pegar a la vieja Reinoso entró y nos pusimos en ventaja promediando el primer tiempo. Me uní al festejo alocado ya que esa era la prueba con la que contaba para deducir que el partido estaba uno a cero. En el entretiempo la fiesta se trasladó al buffet que estaba debajo de la tribuna local, donde entre los célebres lomitos y cervezas (sí, no estaba prohibido tomar alcohol en los estadios) se cantaba por estar momentáneamente rompiendo la racha que el destino parecía hacernos pagar como impuesto por el glorioso 1983. Por culpa de Graciani, al final no se dió. Para eso habría que esperar dos años más

Ese 13 de septiembre de 1992 (obviamente este dato lo acabo de chequear), que fue un domingo más para mucha gente, quedó marcado a fuego dentro mío.
Ese clásico fue el primero que vi en la Doble Visera. Seguramente el de mañana también será inolvidable para mucha gente. Seguimos acumulando momentos imborrables. De eso se trata esta hermosa rutina de amar al Rojo y por eso la disfrutamos tanto.

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