Infiernorojo rescata del olvido el primer clásico oficial entre Independiente y Racing (2-1), que se jugó el 16 el setiembre de 1928 en nuestro dulce hogar. Allí, en ese terreno de Alsina y Cordero. Cuando el Libertadores de América ni siquiera era Doble Visera, sino simplemente La Visera. Cuando este viejo Independiente de 105 años, vivía una adolescencia plena, llena de felicidad. Desde ya, tómelo como un aperitivo para el gran plato que se avecina.
No les miento, créanme. Esta nota ya se escribió hace más de 70 años. El relato es el mismo; la trama no fue ultrajada. No desconfíen, por favor. Porque los actores no cambian, el escenario tampoco. Porque la ocasión es similar y la expectativa, también. Sí, otra vez, esos vecinos de siempre cruzan idénticas miradas despectivas. Se relojean con desdén. Y ensayan las mismas artimañas de antaño. Claro, como aquella tarde de setiembre de 1928, el anfitrión está de fiesta…
Casi sesenta mil personas, 10 mil visitantes, se agolparon en – dice la Revista La Cancha– “el lujoso estadio de Avellaneda”. Independiente, campeón en 1922 y 1926, venía de apabullar al mismísimo Barcelona por 4 a 1. En tanto que Racing, que junto a Alumni ganó 9 campeonatos en la era amateur, ya no podía esconder debajo del disfraz tamaño dolor por el avance galopante del Rojo. La historia es cíclica, dicen. Y así lo prueban los hechos…
Porque meses antes del partido los hinchas de visitantes, vaya a saber porque, hicieron hasta lo imposible para que Independiente no tuviese su estadio. Es más, no sólo auguraban que el hormigón armado iba a derrumbarse, sino que algunos hasta se robaron camiones y camiones de tierra con los que Independiente había rellenado lo que antes era el Pantano de Ohaco. Hoy, a casi setenta y dos años, con algunos extraños (?) enchastres de pintura celeste, todo parece repetirse.
El match en sí, casi que fue anecdótico. Algo así como un presagio. Por la 13ª fecha del campeonato, Independiente venció a Racing por 2 a 1 y la Chancha Seoane -máximo goleador del amateurismo con 196 goles— con el primer tanto se erigió en la gran figura. ”Se fue Orsi (a la Juventus) pero Independiente sigue teniendo una temible línea de ágiles. Seoane volvió a demostrar que los que hablan de su decadencia macanean”, relató la citada revista.
A finales de los 20, el de Avellaneda ya era un clásico genuino. De raíces sólidas y antipatías compartidas. “Está en juego la reputación de cada uno, ante todo el barrio—describió Alberto Arena en el N° 15 de La Cancha–. La cachada (sic) al perdedor se la harán sentir en el café, en el tranvía, en el biógrafo. Las risitas socarronas de las pebetas comadres de Avellaneda… Es mucho lo que se pierde perdiendo”. Curiosa mirada periodística, nunca más acertada. Porque, en la orilla del profesionalismo (1931), Independiente crecía a gran escala. Con una multitud que se agolpaba detrás de los alambrados de la casa Roja.
Todo eso precipitó a edificar un templo. Un estadio modelo (primero de cemento en Sudamérica), que se inauguró el de 4 de marzo del 28 (2 a 2 con Peñarol), pero que recién tuvo su primera vez seis meses más tarde. Ese fue el día del Bautismo del Diablo. Marcó a fuego lo que hoy ya es una tradición: maltratar al vecino. Y poner en jaque a su futuro, claro. “Hay que pensar en la descendencia –decía uno de los vencedores– Que uno haga fuerza por estar en ese retrato que posa en la secretaria del Club. Porque el día de mañana uno tiene hijos y le va a gustar que el pibe vea que el padre no fue un otario ¿No le parece, don?”
Como aquella vez, el Rey recostado en su trono, espera con calma. El invitado, por imposición de la entidad madre, obligado y todo lo visita. Uno, socarrón y orgulloso, estrena palacio. El otro, trémulo y vapuleado,– según dicen- se hará presente el sábado a las 17. La historia, claro está, parece bien conocida. Puede que sea un Deja Vu. Pero, por respeto, el desenlace aún no se hará público.
La foto es sólo ilustrativa y exhibe al equipo campeón del torneo amateurs de 1926
