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San Lucas

pusineri

Faltaban apenas dos minutos para terminar el partido que definía el campeonato Apertura 2002 cuando, en medio de un puñado de jugadores, el portador de la camiseta número ocho de los de rojo pegó un salto hacia la historia, ganándose un amor de esos que trascienden los años y perdonan buenas o malas actuaciones, convirtiéndose en leyenda, en ídolo.

Los ídolos, personas de carne y huesos que representan una deidad o adoración de una masa de personas que le rinden culto, son aquellas figuras que atraen la atención, el amor y la incondicionalidad de sus hinchas, y se construyen en la mayoría de los casos a fuerza de títulos, goles, jugadas maradonianas, frases escandalosas o todo eso junto, como parte de un combo.

Lucas Pusineri, o “San Lucas” como alguna vez se lo llamó, alcanzó esa categoría en las almas de los hinchas de Independiente mucho antes de este gol a Racing, el primero del 2-0 final con el que Pepé Santoro mantuvo su cargo como entrenador rojo, y su camino hacia la Roja historia moderna fue distinto al de muchos cracks que engalanaron la historia del club de Avellaneda.

Pusineri se hizo jugador en Almagro, en donde debutó en la segunda categoría del futbol argentino en 1997, y dos años después recaló en San Lorenzo de Almagro, en donde como volante por derecha, a fuerza de goles, entrega y voluntad de acero, conquistó a los azulgranas de Boedo.

En 2002, bajo el mandato de Andrés Ducatenzeiler y de la mano del empresario Daniel Grinbank, llegó a Independiente para formar parte de lo que sería un equipo lujoso integrado por “Rolfi” Montenegro, Federico Insúa, Andrés Silvera y elenco, puesta en escena a cargo de Américo Gallego, vuelta olímpica con fúbol de alto vuelo y marquesinas a todo brillo y glamour para el último equipo campeón de la historia roja.

Aquel gol a Boca luego del agónico centro de Emanuel Rivas, aquella recordada tarde de noviembre en la cual la provincia de Buenos Aires se quedó sin luz en medio de un calor sofocante, Pusineri prendió sus propios generadores de energías y con lo último que le quedaba, no sólo proclamó a ese equipo como virtual campeón a una fecha del final, sino que él mismo, quizás sin saberlo, se regaló un pasaje a los libros del club, a la gloria deportiva, a la eternidad.

Ese equipo se desarmó en junio de 2003 y Pusineri – junto a Montenegro – partió hacia la experiencia rusa para jugar en el Saturn del país más frío de Europa, obligado por las exigencias económicas del dueño de su pase – Grinbank – y por las urgencias del propio Independiente, que ya no podía mantener a ese plantel de estrellas y veía como uno de sus ídolos se marchaba, aunque la vuelta sería más rápido de lo imaginado.

Un año después, en 2004 y ya con el pase en su poder, Pusineri emprendió el retorno a la Argentina y no dudó: eligió Independiente, otra vez como en el 2002, a pesar de tener mejores ofertas que la de un Rojo que penaba por sus deudas y que llamaba a Julio Falcioni para salir de los amenazantes puestos de descenso.

En aquel primer torneo mostró un nivel aceptable, y aunque estuvo lejos del rendimiento mostrado en el equipo del “Tolo”,  el resultado fue un meritorio cuarto puesto, aunque el team de Falcioni se mantuvo en la pelea hasta dos fechas antes del final, cuando perdió por 2 a 0 en la Bombonera con el posterior campeón, Boca Juniors.

Pusineri ya no era aquel volante lleno de gol, pero seguía manteniendo ese orgullo deportivo que lo diferenciaba del resto, y que lo erigía como voz de mando de un plantel repleto de batalladores y una sola perla, Sergio “Kun” Agüero, quien empezaba descollar en las canchas argentas.

Una pelea con Falcioni lo obligó al exilio en el verano de 2005, y supo ser Daniel Passarella, por entonces técnico de River Plate, quien le dio una mano y se lo llevo por un año lejos del lugar en donde más quería estar Lucas, en su casa, en Avellaneda. Prometió volver, y como en River jugó poco y nada, ante la ida de Falcioni de Independiente su regreso fue inminente, y no se fue nunca más.

Alternó buenas y malas, fue titular y suplente con Burruchaga y con Troglio, pero en la segunda mitad de 2007 fue el mismísimo Pepé Santoro quien lo reinvento como doble cinco, y su aparición como actor principal del mediocampo rojo coincidió con una remontada memorable de aquel equipo compuesto por Denis, Sosa, Montenegro, Gioda y compañía, que se mantuvo sin perder durante 9 partidos, a la espera de Claudio Borghi, técnico elegido por Julio Comparada para reemplazar al eterno bombero-interino Santoro, quien se iba a entrenar arqueros a la selección.

“Si sigue jugando así, creo que Pusineri se retira conmigo en el banco”
, supo decir Borghi, aunque los resultados no lo acompañaron y se tuvo que ir del club. Pasaron muchos entrenadores, pasaron los años, pero él siguió batallando, ordenando, gritando y poniéndole el pecho a una década no del todo grata para la mitad roja de Avellaneda.

El camino lo hizo distinto, sin tantos títulos como Bochini, como Bertoni o como Gustavo López, que se cansaron de dar vueltas con la roja en la piel. Su periplo hacia la eternidad lo hizo a fuerza de coraje, fidelidad y entrega absoluta, de amor a la camiseta reflejado en el verde césped, único lugar en donde los grandes hablan.

El 2009 lo sorprendió en el banco, pero la tercera fecha marcó el clásico con Racing y ahí estuvo él, presente en toda dimensión, convirtiendo el primer gol, batallando, levantando a sus compañeros, discutiendo con medio equipo rival y dejando cada gota de sudor hasta el final.

Si buscan el diccionario, a los Santos se los define como a “aquellas personas iluminadas o cercanas a la iluminación, y por consiguiente, al Amor Universal”. Si lo buscan en Independiente, el santo es SAN LUCAS, SAN LUCAS PUSINERI.

Claudio Sebastian Pronesti, para Infierno Rojo.

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