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Sentimiento, pasión y locura

hinchada

Por su magnitud. Por su historia. Por su cercanía y por ser del barrio, este es uno de los clásicos más lindos de nuestro querido y hermoso fútbol. El clásico de Avellaneda, como se lo conoce en todo el mundo, tiene algo muy particular que lo distingue y lo hace diferente a los demás.

Esa distinción y particularidad la pone la gente, esa que va a la cancha a disfrutar, a nutrirse con tantos colores, con los distintos cánticos y por supuesto festejar la desgracia ajena (en buen sentido), en este caso del vecino.

¿Por qué es distinto a todos? Muy simple. La gente contagia. Muchos pueden decir que River- Boca es lo más grande, pero nunca podrán saber, ni sentir, la verdadera pasión de ganar un clásico de verdad,  a ese que tenes a sólo 2 cuadras de tu casa, a ese que cruzas todos los días. Y no es por desprestigiar, pero a este clásico viene el verdadero hincha.

A las  15 horas, la gente comenzaba a  llegar y agruparse. Rojos por un lado, “empleados” por el otro, muy pocos por su parte. El Tomas A Ducó se iba poniendo rojo, la gente se acercaba y se podía notar en la cara de cada uno, en los gestos y en la iniciativa de por querer entrar y alentar “ya” al equipo. Dejar todo, para que la racha cambie de una vez por todas.

Al ingresar por la puerta 6 el operativo policial controlaba a toda persona que pase por ese lugar, pero a nadie le importaba, el objetivo era ganar o ganar.  “vamos rojo carajo” se escucha  entre la multitud, con voz gruesa y di fónica como tendría la de la mayoría después del partido. Era “Don Miguel” como lo conocen en Villa Celina, fanático del rojo y con 86 años no permitió que nadie ni nada le impidiera perderse un nuevo triunfo frente a los “empleados”. “hoy ni la lluvia ni mi mujer me paraban para venir” y sigue su marcha.

Ya en la tribuna, inmensa como pocas y pocos pueden llenar, el correr de los minutos se vivía de distintas formas, cantando, saltado, sentados, quietos, nerviosos y ansiosos. Cada uno a su manera, como podía. Hasta que de repente con la salida del equipo, la tensión aflojó y comenzaron los ruegos. Persignación de por medio y a pedirle hasta el mismísimo diablo, que por favor, hoy,  meta la cola…

Y así fue, con el gol de “Pusi” a los 3 minutos la “popu” se vino a bajo, fue una avalancha espectacular, los abrazos con desconocidos, las palmadas y los saludos eran interminables, éramos todos amigos, del mismo barrio, de la misma ciudad,  aunque nadie se conozca todos teníamos el mismo sentimiento. Fue muy raro,(termine en el primer escalón) ver todas esas lagrimas en muchos de esos hinchas que solo vinieron a alentar a el equipo de sus amores, aunque juegue mal, aunque sufra. En un momento tan especial como este al equipo no se lo deja solo.

La platea cantaba y saltaba, la popular, ni te cuento, todo era fiesta y enfrente jajaja!!! Una postal, la lluvia acompañaba el festejo y evidenciaba la tristeza del vecino que para la segunda parte ya tenia el golpe de gracia. Penal de por medio, 2 x 1 y sin chance, los rojos deliran y no paran de festejar.

El palacio Tomas A Ducó, al rojo le sienta bien, se acabó el alquiler y volvieron los triunfos. Ya con el regreso a casa todo era una fiesta, no importaba la lluvia, los truenos, ni nada. Para el rojo, luego de una semana gris,  volvió a salir el sol.

Eduardo López para Infiernorojo.com

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