Late y salta, se mueve, se regocija, altera su ritmo y vuelve a fagocitar bocanadas de nervios. Otra vez lo vuelve a repetir, y este epitafio se hará más común con el correr de las horas. Así lo vive el corazón, así lo siente la piel, el sentimiento, ese que se llama Independiente y que no hace otra cosa más que envolver el cuerpo en miles y dislocar una locura incomparable.
Estos son los síntomas que procuran los clásicos, en especial éste, el más deseado por el pueblo rojo de Avellaneda, el padre de la ciudad, el que cría a un hijo que roza los pies con el abismo. Así es el estremecimiento puro, el que sólo genera el Rojo, que no tiene comparación ni razón, ni diócesis de cuerpo y alma. Al que el físico se acostumbró a vivirlo como a una hermosa enfermedad, que en vez de picar los huesos o los órganos, los rejuvenece.
Ellos, los de al lado, esperan nerviosos, con poco aliento y fuerzas desganadas. Saben que van a visitar a su eterno padre, al Rey de Avellaneda. Quieren disimular su semblante opaco, pero lo único que hacen es engrandecer el miedo escénico que les provoca jugar contra Independiente. Porque esa es la única y cruel verdad para los vecinos, el espanto al Rojo.
Vos, por otra parte, sabés que no es un partido más. En un campeonato en una sola fecha, es recordar a tu abuelo y a tu viejo contándote esas innumerables historias de hazañas y palizas memorables al clásico de toda la vida. Porque Independiente no sólo es pasión y sentimiento en estado puro, también es familia, historia y una masa gigante a lo largo y ancho del país. Es un orgullo ser del color de la sangre, un placer que solamente se puede explicar saltando en los grises escalones de una cancha de fútbol.
Este sábado no es uno más: es un día especial, lleno de magia, de esa hermosa magia que conlleva Independiente. Si no te toca estar en el Libertadores de América, te vas a hacer escuchar como el mejor hincha de todos, porque tu cuerpo estará frente a un televisor o una radio, pero tu alma y tu corazón rondarán por Alsina y Bochini, presos de una lujuria incomparable. Si te toca ser parte del primer clásico en el nuevo estadio tenés que explotar tu garganta. Vestite de rojo, lleva papeles, banderas de palo, tu camiseta o lo que quieras, pero lleva la misma pasión de siempre y tu enorme historia, esa que cada día le pesa más al eterno rival.
Acordate de esas historia de pendejo, donde los más grandes te enseñaron a amar estos colores, los más lindos que pueden existir. Acordate de cada detalle, de cada lágrima derramada, de cada festejo, de cada golpe, porque este sábado va a ser especial. En la cancha o no, seremos miles, pero el cuerpo será uno solo, porque en definitiva, somos millones para un solo amor. Ese amor que es el más hermoso y puro del mundo, ese llamado Club Atlético Independiente. El del abuelo, el viejo, el del tío y/o el hermano, el tuyo, el de TODOS.
PD: Dedicado a todos los hinchas que no podrán asistir, por distintas razones, pero que siempre están y estarán al lado de Independiente
