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Una cláusula infame

gallegoo

El Papa, con su particular proteccionismo, los educó a imagen y semejanza suya. Aquellos fieles e incipientes monaguillos asimilaron la doctrina. Y ahora, bastante más creciditos, no hacen más que ponerla en práctica. La ecuación lo explica todo, aunque a simple vista no parezca develar nada desdeñable. Claro, siempre y cuando no se la aplique al fútbol argentino. Porque el señor del anillo, maestro de (casi) todos los dirigentes actuales, es quién asiente todo tipo de desatinos dirigenciales, como por ejemplo: la existencia de una cláusula que niegue a un futbolista jugar contra el club dueño de su pase ¡Un auténtico disparate!

El tema, tan polémico como viejo, volvió  a ser portada en la agenda de Independiente hace algunas horas. Y el Rojo es juez y parte en esta causa ¿Los afectados? Ismael Sosa, exiliado de Independiente y actual delantero de Argentinos Juniors, y Leandro Gracián, desterrado de Boca a préstamo en el Rey de Copas. Ambos no podrán jugar contra sus ex clubes. Y aunque pataleen, la decisión ya está tomada. No hay libro de quejas. Sosa y Gracián, en su momento, le vendieron el alma al diablo. Es decir: le cedieron sus derechos a los dirigentes. Esos que amparados por el amiguismo, o por esa infame costumbre, firman papeles que tiempo después desearían incinerar.

El Chuco Sosa fue quien tiró la primera piedra: “Que yo sepa no hay ninguna cláusula y yo no le di la palabra a nadie”, dijo un tanto enojado Sosa. Y añadió:” Me molesta no poder jugar contra Independiente ya que no todos los días se puede pelear un torneo “. El Tano Gracián, por su parte, espetó: “Esa maldita cláusula no sirve para nada, no beneficia a nadie. ¡No se quién se le ocurrió! Me duele en el alma no jugar poder estar ante Boca”. Está claro, una vez más, los perjudicados son los futbolistas. En este fútbol reinado por el “siga siga”,  dos trabajadores (Sosa y Gracián) seguramente persuadidos por sus representantes no recurrirán al gremio (Futbolistas Argentinos Agremiados) a reclamar por qué les coartan el derecho a laburar.

Todo es tan políticamente absurdo que ahora ya ni si quiera existe la tan mentada cláusula en el contrato. Peor aún, los dirigentes, aunque nadie, absolutamente nadie lo crea, se dan la palabra unos a otros. “Está bien… yo te lo presto a Mengano, pero no me vas a cagar, eh! A ver si lo ponés y me arruina el campeonato. ¡¿Quién se banca las puteadas después?!”  Entonces, como buenos amigos, cumplen el (perverso) pacto. Sucede en todos los clubes. Es una política ejemplo. Paradigma de estos tiempos. Ni Vélez, que quizás tenga la cúpula directiva más seria del fútbol argentino, está exento. Nadie olvida que en este torneo Facundo Coria (a préstamo en Argentinos) no pudo jugar contra el Fortín, dueño de su pase. O que a Mauro Boselli, goleador de Estudiantes, le fue prohibido estar frente a Boca.

Hasta en el diccionario “ganar” aparece después de “astucia”, “brillo” y “esfuerzo”. Pero, al parecer, el fútbol argentino aún es enchastrado por otros códigos lingüísticos. La picardía se confunde con viveza. Así, entonces, muchos dirigentes lo único que quieren es salvar su pellejo. Es cierto que ni Sosa ni Gracián se fueron bien de Independiente y Boca, respectivamente. Pero, también es verdad, que suena dictatorial impedirles jugar. Si Sosa quiere estar ¿No es mejor para el hincha de Independiente ganarle a Argentinos completo? ¿No causa más regocijo ganarle a un rival integro, en plenitud, con un pibe que quiere revancha? ¿O acaso a nadie le generó más placer levantase a las más linda del baile a las 2 cuando el resto lo hacía recién pasadas las 5?

En Europa, en cambio, la realidad es antagónica. Aún es patente la imagen de Hugo Ibarra enfrentando al Porto, de Portugal (dueño de su pase) en la final de la Champions League de 2003/2004, pero defendiendo la insignia del Mónaco, de Francia. En Argentina, en tanto, tamaño abuso de autoridad viene de herencia. Sólo que en la recta final del Clausura, donde nadie quiere justicia, afloran todas las miserias. Todos intentan sacar ventajas. Cada uno tira agua para su molino. Lo que todavía no se percataron esos dirigentes es que la impericia de muchos de ellos es la que termina expulsando el agua para otro lado.

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