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CREAR TEMA

Viernes 30/10/2020, 16:17:22
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Hace un año escribí un relato de mi adolescencia. Alguien se lo hizo llegar al Diego... y el tipo me escribió! Tal vez fue su community manager, pero para mi hablé con el Diego. Feliz cumple Pelusa!


Mi más entrañable recuerdo futbolero es un caño. Pero no un caño que vi en alguna cancha producto de la habilidad de un profesional. No. Hablo de un túnel en un partido que jugué yo. Y no hablo de uno que yo hice, sino de uno que me hicieron.
Paso a explicar…
Corría el año 1975. Teníamos con los chicos de la escuela, el Palaá de Avellaneda, un muy buen equipo de fútbol. Tuve el inmenso honor de que mi propuesta fuese la que finalmente prosperó para bautizar al team: Mirage. Éramos “rápidos como aviones, pero al mismo tiempo un espejismo”. A mis 14 años recién estaba refinando mi sentido del humor.
Teníamos una casaca (no usábamos camisetas, usábamos casacas con botones) de un prominente color negro atravesada por una banda amarilla. Podríamos haber sido tranquilamente el equipo representante del Sindicato de Taxistas. Mis compañeros casi me matan el día que aparecí en un partido con el escudo de Independiente adosado a la casaca número 5. Me lo había comprado de paño, como el que se usaba en los blazers, y le había pedido a la Nona que me lo cosiera con la Singer.
Ese año hicimos un muy buen papel en la edición correspondiente del Campeonato Evita. Era muy gracioso, pues proviniésemos de familias peronistas o gorilas, todos lo queríamos jugar. Es que era lo más parecido a ser un profesional: equipos con camiseta, delegado, cancha de 11, refereé y dos líneas, banderines en los corners, botines con tapones. Debíamos jugar la final de zona de acuerdo a cómo habíamos avanzado y nos tocaba ir a las canchitas de General Paz y Andonaegui. Para nosotros y los padres que nos llevaban era como jugar en el extranjero.
Perón ya había echado a Los Montoneros de La Plaza y el Brujo venía haciendo estragos en el “gobierno” de Isabelita. No teníamos idea de la tormenta que nos esperaba en un año. Éramos felices: ¡jugábamos una final de zona en el Evita! Era pasar ese partido y entrar en el tramo de llave que se televisaba. Imaginate.
El equipo rival venía precedido de una gran fama y provenía de La Paternal. Se llamaban “Los Cebollitas”. ¡Por favor, qué nombre! ¡Nosotros nos llamábamos “Mirage”! En el partido de los nombres, saldríamos a la cancha ganando 3 a 0.
Pero Los Cebollitas eran temibles. Parte del mito decía que eran chicos mal llevados, que sólo por divertirse les apuntaban a los nidos de los pajaritos con sus disparos. Debo decir que eso era un malintencionado y falso rumor. Lo que sí hacían estos “globertroters de barrio” era darle desde el círculo central para que la pelota hiciese una perfecta parábola: ¡fiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii! Hasta que ¡CLANC! pegase en el travesaño. Estos bestias estaban a 50 metros del arco, le pegaban y en todos y cada uno de los tiros… CLANC. Lo hacían antes del partido y en el entretiempo. Estoy convencido que para amedrentar a los adversarios.
Entre todos ellos, se destacaba en un nivel boca a boca el 10, un flaco de rulitos al que le decían Pelusa. Yo conocía por interpósitas personas al 11, al puntero izquierdo, un tal Baez que tiraba los centros de rabona sólo para humillar.
Perdimos 7 a 0. Baez la descosió, pero lo que hizo Pelusa, el Diego, esa tarde, roza lo indecible. Y en el segundo tiempo, con el partido ya 4 ó 5 a 0 (no recuerdo bien, como si hiciese falta), sucedió. El Pelusa pescó una pelota perdida en el centro de la cancha (¡mi territorio!) y encaró derecho y sin la más remota duda hacia mí. No me quedaba más remedio que salirle al mano a mano. Diego amagó con arrancar hacia su izquierda y yo arranqué con él, dispuesto a “llevarlo” hacia la zona de nuestro 8, El Flaco Gallardo, que te cagaba bien a patadas. Pero Pelusa tenía otros planes y así como arrancó, se frenó. Yo, ignorante de sus intenciones, no apliqué el mismo freno y en mi afán por acompañar la jugada (no le podía pegar alevosamente, venía amonestado del primer tiempo) quedé unos segundos con las piernas abiertas, indefenso, ofreciéndome. El Diego, casi con desprecio, la tocó de cachetada con el empeine, ¡pfaff! Y la Pintier blanca pasó limpita por el túnel que su habilidad había confeccionado. No lo recuerdo con precisión, pero me gusta decir que hizo la jugada sacando la lengua. Yo me quedé clavado en el piso, apenas pude girar la cabeza hacia mi arco. Lo último que recuerdo de esa jugada es el enorme 10 que se alejaba de mí sin el más mínimo sentimiento de culpa.