Como no sucedió en todo el siglo XXI, el equipo y la hinchada mantienen una comunión especial. Ante la derrota transitoria contra Huracán, el público de Independiente fue paciente, acompañó y terminó disfrutando otra victoria.
Que los fanáticos alienten o insulten no garantiza un resultado y mucho menos que un equipo juegue bien. Sin embargo, los espectadores de Independiente transitan una etapa única en este siglo, de apoyo y paciencia, a raíz de lo que el conjunto de Ariel Holan transmite desde el campo de juego. Y hay una reciprocidad, ya que los jugadores lo sienten y se nutren de eso.
Ante Huracán, el Rojo comenzó perdiendo con un gol en contra y la sensación en el Libertadores de América era que el tanteador podía darse vuelta. En cualquier otro ciclo los murmullos, reproches y cánticos ofensivos no hubieran tardado en llegar; pero en ese momento el ambiente fue absolutamente diferente, climatizado, cálido. La parcialidad local entendió que los once que estaban adentro podían torcer la historia, sacar un plus distintivo y, a pesar de no tener su mejor noche, representarlos.
La relación equipo-hinchada va en aumento, posiblemente fundada los resultados positivos, pero también en comprender que, ahora sí, para todos, la camiseta de Independiente es lo más importante.