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Cada vez nos falta menos…

Se siente. El corazón se acelera, los sentidos se alteran y el aire, el aire es diferente. No es el mismo de siempre, es otro. ¿Explicarlo? Imposible, sólo se siente, pero describirlo es casi absurdo, tan absurdo como que ellos puedan ganarnos. La vida esta semana está más roja que nunca, aunque no, pensándolo bien puede ser más roja aún después del partido. Claro, depende de los jugadores, aunque sabemos que en estos partidos sacan un plus, una energía extra. Este sábado, Independiente se viste del más glorioso Independiente, y nosotros, de los más enfervorizados hinchas, los más pasionales de todos.

Si salís a la calle es fácil diferenciar de quién es hincha cada uno, más allá de si llevan o no un color que los identifique. A ellos se los ve cabizbajos (no pretendas que lo nombre, me puedo quedar pegado en este mismo instante), con un temple amarillento tirando a pálido. Ese miedo escénico les recorre las venas y cada poro de su cuerpo. No lo pueden esquivar, la historia no se lo permite. Hablando de historia, cuántas gansadas dicen estos nietos: que los once años, que fueron padres de Independiente. Por Dios…fijate que cuentan los partidos donde ellos estuvieron en la B, hasta se relamen con semejante bajeza. Así fueron, son y serán.

Ya queda poco, mirás la hora y el ansia no te deja en paz. El corazón agiganta los latidos y las uñas son el condimento favorito para masticar esa sensación de nerviosismo que no es. Te volcás sobre ese trapo rojo que cuelga en tu pieza, lo abrazas, lo sacudís y cerrás los ojos por un instante, bendiciendo a ese hermoso ser que te contagio esta infinita pasión. Te imaginás doscientas veces la jugada del gol, hasta metés el grito e incluís la cara del jugador festejando, llenándose la boca de festejo. No soportás estar más atado al tiempo.

Mirás el cielo, te acordás que cuando le ganamos por última vez también estuvo nublado. Pensás en que aquella vez también viste al perro del vecino y coqueteaste en la semana con esa minita que te vuela la cabeza. Tu vieja o tu viejo te recuerdan algo de un clásico que ganamos en el ’94 y buscas los conjuros que encadenen una serie de señales para quedarte tranquilo. Suena a estupidez, pero sabés que los clásicos vos también los jugás, o al menos eso pensás. Ese vaso no va ahí, lo ponés en el lugar de la cábala, obvio. Nada puede quedar librado al azar.

El reloj parece de arena húmeda, mientras, por la ventana ves pasar un auto rojo y el resplandor te quema la cabeza, que vuelve al partido y a las ansias, y a la desesperación de querer estar en esa cancha, esa misma donde regalan plateas para por fin, en algún clásico, poder llenarla y no sólo de tristeza. Llega la noche y pensás: “Es sólo un sueñito, levantarse y estamos”, pero no. Tu cabeza te juega un clásico aparte y la cama se hace la más incómoda del mundo.

Cerrás los ojos hasta que conciliás ese sueño mágico, porque soñar catástrofes antes del partido les pasa sólo a ellos, y claro, si Independiente es su peor pesadilla. Imaginás los mejores paisajes, los goles más lindos, las cargadas más divertidas, la fractura de cadera de Crosa y el baile de Agüero. Tirás patadas dormido, festejas con almohada, gritas sin escucharte y despertás sobresaltado, pensando en que te quedaste dormido. El reloj te tranquiliza, pero más aún te tranquiliza ver esa camiseta roja ahí, planchadita, esperándote.

Te cambiás, preparás tu bandera y cortás los últimos papeles, los escondés tácticamente en el mejor lugar, para que la policía no pueda llegar a sacártelos. Te falta ella, claro. Cuando ponés una manga se te eriza la piel, con dos enloquecés y cuando tu cabeza pasa y el escudo roza tu corazón, las palabras se terminan, el tiempo se para por unos segundos y la vida brilla más que nunca. Respirás hondo para contener la emoción, agarrás la bandera, saludás a tu familia y salís para la cancha. Mirás el cielo, te persignás, te tocás ese símbolo hermoso y caminás confiado y en voz baja susurrás: “Voy por vos, hace mucho quería volver a encontrarte”.

Dedicado a aquellos que serán parte de los 3.500 hinchas que estarán en la cancha y a aquellos millones que, de una u otra manera, serán un jugador más, estén donde estén por culpa de las estupideces dirigenciales del fútbol argentino. La pasión…se contagia.

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