Connect with us
Del triunfo en Córdoba a otro penoso empate de local que le puso fin a este ciclo pasaron apenas 50 días en los que el Independiente de Stillitano bajó por un tobogán vertiginoso.

De la ilusión inicial a la involución sin freno: las razones de un pronto fracaso

Del triunfo en Córdoba a otro penoso empate de local que le puso fin a este ciclo pasaron apenas 50 días en los que el Independiente de Stillitano bajó por un tobogán vertiginoso.

Del triunfo en Córdoba a otro penoso empate de local que le puso fin a este ciclo pasaron apenas 50 días en los que el Independiente de Stillitano bajó por un tobogán vertiginoso.

Todo pasó en cámara rápida, a máxima velocidad. El ciclo de Leandro Stillitano se esfumó en un pestañar. Así y todo, parece tan lejana aquella victoria en Córdoba por la primera fecha del torneo y a penas pasaron 50 días, menos de dos meses. Ese triunfazo, no por las formas, pero sí por la enjundia que había demostrado el equipo en un escenario bravo y contra un rival siempre difícil para traerse esos primero tres puntos. Quién iba a imaginar que esa sería la única vez que iba a suceder bajo la tutela de quien ya dejó de ser el técnico de Independiente hace unas horas.

Desde allí, todo fue cuesta abajo. El equipo, lejos de crecer, fue hacia atrás. Como el curioso caso de Benjamin Button, pero en el fútbol. Con cada partido, el Rojo de Stillitano se mostraba más inmaduro, más y más verde. Las razones están por todas partes. Sin embargo, todo se resume a un gran punto de partida que nunca estuvo claro: la conducción del DT.

Stillitano tuvo muy buenas intenciones. Quería moldear a su Independiente con el compromiso como bandera, el juego como estandarte y el equilibrio como punto de partida. No pudo lograr ninguna de las tres cosas. Nunca. Se hizo dificultoso divisar pautas futbolísticas en los encuentros de este Independiente. Sin fútbol, tampoco apareció el corazón. Y el equipo se partía cada vez más en cada fecha.

Descartados los problemas de vestuarios, todo se redujo a lo relacionado meramente con la pelota y qué hacer con ella. El Diablo no supo mucho cómo tratarla. El entrenador quiso, con altas pretenciones, que sus muchachos desplegaran un fútbol ofensivo, como “lo manda el paladar el hincha”. No solo no salió, sino que eso produjo un desfasaje defensivo que luego no se pudo corregir hasta cuando se intentó pegar un volantazo y acudir al clásico 4-4-2.

Del 4-2-3-1 al 5-3-2 al 4-4-2… Que un punta definido, que doble nueve, que Pozzo, que Marquez, que Vallejo, que Barcia, que Cazares… De sostener a un Marcone entre algodones a admitir que ya no le hacía bien al equipo que juegue de entrada y un sin fin de pruebas en el doble cinco, que jamás terminó encontrando. Hasta llegar a la defensa… El manoseo de la última línea fue constante. Los que entrabas podían salir al siguiente partido y viceversa. O cambiar del lateral al centro o viceversa. Un mareo evidente se adueñó de las decisiones y, por consecuencia, de los jugadores.

El desconcierto, entonces, reinó. Las expulsiones, la mayoría evitables, fueron moneda corriente. Los errores de mitad de cancha hacia atrás se acrecentaron en cantidad y en gravedad. Si no hubiera sido por Rodrigo Rey, algunos partido hubiesen terminado mucho peor.

A favor de Stillitano habrá que decir que no tuvo suerte con las bajas. Sufrió con muchos lesionados en este corto período: Gómez, Elizalde, Pozzo, Márquez, la pubalgia de Marcone, entre las más severas. En estos ocho partidos pudo sí ver algunas individualidades que le respondieron con algo de rebeldía futbolística, sobre todo en el ataque: los goles de Cauteruccio, la movilidad de Giménez, la calidad de Barcia, la frescura de Vallejo, la aparición de Ortiz en el medio y el arquero.

Pero ahí se quedó todo, en un cúmulo de rendimientos puntuales (y en algunos casos ni siquiera sostenido de partido a partido) que no llegaron a traducirse en una idea colectiva. Los futbolistas declararon una y una vez bancar al técnico, aunque solamente se vio una reacción a la altura de esas palabras: en el primero tiempo ante Instituto. Insuficiente.

La dirigencia nueva (lleva apenas cinco meses en funciones) tendrá que asumir su primer gran error en la toma de decisiones. La elección de Stillitano fue una apuesta fuerte que salió muy mal. Scaloni, al parecer, hay uno solo. El ex colaborador de Holan y de Quinteros, sentimientos aparte, no dio la talla. Al haber integrado cuerpos técnicos ganadores en los cuales incluso tomaba determinaciones trascendentales venía con cierta experiencia, pero falló en la conducción de grupo, porque su inexperiencia era como líder de un plantel.

Ser colaborador no es o mismo que ser la cabeza de todo un proyecto, sobre la cual siempre recae todo el peso, para bien o para mal. Si un colaborador toma una deisión y sale mal, la responsabilidad será igual del DT principal. La presión, claro está, es otra. Y, por cómo se desarrolló su escueto ciclo, Stillitano la sintió. No encontró los caminos. No pareció estar ni cerca de hacerlo, más allá de algún síntoma de mejoría esporádico.

Ahora, la Comisión Directiva tiene en sus manos la posibilidad de remendar el error. Todavía hay tiempo, pero no hay más tiempo que perder.

Se pausó lo de Guede Se pausó lo de Guede

Se pausó lo de Guede

Actualidad

de urgencia de urgencia

Una complejidad del pasado que vuelve a repetirse en Independiente

Actualidad

Se terminó su ciclo Se terminó su ciclo

Se terminó su ciclo

Actualidad

El entrenador se expresó sobre su futuro El entrenador se expresó sobre su futuro

El entrenador se expresó sobre su futuro

Actualidad

Advertisement
Connect