“No sé si le perdieron el respeto a Independiente, lo que noto es cualquier equipo nos viene a jugar de igual a igual, algo que quizás antes no era así”. La frase es de Darío Gandín, y explica, en cierta forma, uno de los mayores problemas de Independiente: la falta de prestigio, la cual, con el paso del tiempo, se hizo moneda corriente en la historia roja.
Pasaron dirigencias, jugadores, se renuevan los hinchas, y la mentalidad parece ser cada dia más austera. Pasan los partidos, se mancha la historia, se alejan los títulos y las Copas, pero siempre hay bocas que intentan calmar al hincha, ese que ya no aguanta otra caída, otro lamento. El plantel intenta convencerse de salir con “las ganas, el esfuerzo, el día a día”, pero los meses pasan y la historia no cambia. La enfermedad empeora y la raíz sigue podrida, todo sigue igual: oliendo cada vez peor.
Otro campeonato se va, se derrite, y el Rojo lo mira de afuera, como un abonado. Los jugadores se desvalorizan, pero piensan en Europa sin siquiera querer dar vuelta la historia, esa que forjaron personajes que ilustraron la gloria con nombre y apellido en la recordada Doble Visera.
Las palabras no tienen más crédito. El hincha reclama sangre, sudor y fútbol. Basta de lamentos, excusas y futurología. El presente es el domingo, y hay que empezar a demostrar que, sí la camiseta importa, hay que hacerse cargo, asimilar la situación y arremangarse para salir de la mala.
“No hay que hablar más, hay que seguir trabajando día a día y seguramente vamos a tratar de mejorar”. En parte, tiene razón Gandín: basta de palabras. Pero el “vamos a tratar” se tiene que convertir en autoconvicción. El compromiso no se trata, el compromiso se siente, tal como se siente una camiseta.
