Pasó la primavera. Independiente había tenido un semestre colorido, contagioso, imperfecto pero que había invitado a soñar hasta al más desesperanzado. Se habían conjugado unas cuantas cosas: convicción, un poco de buen juego, un renacer identitario jamás visto en los últimos años, y un compromiso desde el cuerpo técnico con el plantel que había vuelto a enamorar a los hinchas del Rojo.
Pero pasó la primavera. Independiente recibió tres piñas seguidas que no lo dejaron knockout ni tambaleando en el ring, pero sí le hicieron retroceder unos cuantos casilleros. Le hicieron volver a cuestionarse algunas preguntas cuyas respuestas antes no se dudaban. ¿Hay tal convicción? ¿Hay tal buen juego?…
Era una linda primavera, pero para el verano hacía falta un paso más. Sin dudas. Ariel Holan había hecho funcionar a un equipo sin grandes nombres propios. Había logrado revalorizar a jugadores que estaban hundidos, había subido a varios pibes que hoy son nuestro orgullo, y había barrido con escoba a aquellos que ya no le eran útiles al club.
Pero para ser campeón, o al menos luchar para ser un campeón, necesitás más. La base que se había armado había que potenciarla, reemplazando la baja de Rigoni- que era bueno, pero no era Messi- por un jugador de mejor calibre. En lugar de poblar el vestuario de jugadores que, sin ánimo de ofender, sean del montón o sean el descarte de otros clubes, podrían haber traído uno o dos que verdaderamente marquen la diferencia.
Y hoy ya te pasó la primavera. Quedaste afuera de la Copa Argentina en dieciseisavos, y aunque no lo crea querido lector, en el torneo local Independiente tuvo el peor arranque desde el retorno a Primera: 4 puntos de 12 disputados, a ¡8! de la punta del campeonato. Descartada la Superliga en la cuarta fecha. Solo queda el milagro copero, ¿vio?
El hincha de Independiente tiene que empezar a pedir explicaciones. Los jugadores y el cuerpo técnico no deberían darla, pues son los artífices de esta ilusión. Que oiga quien quiera oír este reclamo de un hincha de Independiente.
