Sí señores, Néstor Andrés Silvera volvió a demostrar una vez más la importancia de su presencia en las dos áreas y su excesiva calidad para definir en donde los espacios son cortos, el tiempo no existe y la única alegría es el gol. Con la del Rojo puesta, ya es toda una leyenda viviente.
Hace unos pocos meses cuando se conocía la noticia de su arribo al club se sentía una bruma de incertidumbre. Que las segundas vueltas nunca son buenas, que se fue del Ciclón porque se quiere retirar, y muchos otros comentarios maliciosos. Para colmo en las primeras fechas se lo vio corto de ritmo y fútbol. Parece, pero no es un cuento de ficción, menos una fábula.
“Ojo, él es goleador. Ya la va a meter”, afirmaban sus ultra defensores hasta el hartazgo de propios y ajenos que veían un Cuqui lejano al de la vez anterior. Ellos, sus enamorados, siempre encontraremos un refugio para su ser dentro del fútbol.
El tiempo siguió su curso y Silvera en un partido chivo la mandó adentro ante Vélez. Gol importantísimo, si es que los hay, para el 1-2 (que luego empataría Matheu). Sin dudas, el primer paso hacia al cambio. Ese tanto se convirtió en el empujón anímico de un equipo que se dio a conocer con una levantada fenomenal ante el último campeón y que de ahí en adelante no regaló más puntos. Ganó todo.
El once ideal que comenzó a foguear el Tolo llegó al Monumental esta tarde con mucha ilusión, con entusiasmo y esa sensación de triunfo épico, histórico y fundamental para las aspiraciones de toda la multitud del Rojo. Y ahí estaba, entre ellos, una vez más el “Cuquigol”, pese a una molestia muscular que lo tenía a mal traer.
Más allá de haberse ido del Monumental con un ojo hinchado y con la cabeza abollada de ganar en las dos áreas, el Cuqui dio su toque mágico. Mareque, otro de gran partido, lo habilitó de una manera sensacional picando la pelota. Silvera corrió a su encuentro y sin mediar palabra con ella la acarició, la empujó hacia el arco para el delirio de todo un público que lo adora y lo lleva en el corazón.
Con este gol, uno de tantos indispensables que supo marcar, el Cuqui volvió a entrar en las páginas de la rica, nostálgica y emocionante historia del club más grande, del Club Atlético Independiente.
Es que es así, Silvera encontró su lugar en el mundo: la casaca roja, la ovación popular bañada con los colores del Diablo, la pelota, el área y su único y verdadero amor, el gol. El pueblo de Independiente encantado con su elegancia en la definición, con su apostólico reconocimiento a la tribuna y con su trote cansino, lo idolatra incesantemente y lo hará por toda la eternidad. Porque hoy quedó para siempre, hoy Silvera se convirtió en el “Cuquinmortal”.
Cristian Fernandez