Federico Mancuello no estuvo presente en el terreno de juego del estadio 15 de Abril de Unión de Santa Fe y el equipo lo sintió. No tuvo esa vergüenza deportiva o reacción necesaria para ganar.
Muchas veces se enalteció y se demostró la importancia y ascendencia de Mancuello sobre este plantel. Y si bien puede ser sólo un comentario, el sábado ante Unión quedó evidenciado. Sobre todo cuando el Tatengue lucía cansado y listo para recibir el golpe de nocaut. Más aún, cuando los caminos no se encontraban y nadie tomaba la lanza.
¿Independiente tiene jugadores para ganar sin él? Sí, obvio. ¿Independiente tiene un jugador con su alma? No, creo. O sea, si bien el conjunto de Jorge Almirón cuenta con exponentes que marcan la diferencia y pueden ganar cualquier partido, la ausencia de Mancuello se vio expuesta en el alma del equipo… en el corazón.
No caben dudas que el Capitán es un emblema para todos. Para los que enfrentan al Rojo, para sus compañeros e incluso para la gente. Almirón lo sabe y por eso lo guardó para no arriesgarlo. Claro que el empate dejó la sensación de más. Pero sólo la sensación, porque el equipo nunca hizo figura al arquero rival, no reventó de pelotazos el arco Tatengue y no apuró para ganarlo.
Al contrario, le faltó rebeldía para sobreponerse con firmeza y contundencia. También le faltó carácter para pararse delante de Mauro Vigliano, el árbitro del encuentro, y mostrar su bronca por ciertas de sus decisiones. Tampoco tuvo la justeza y el vértigo que suele darle en cada pelota parada, Mancuello.
Lo cierto es que hoy en este plantel que por momentos parece híbrido y en otros parece una máquina de jugar al fútbol y hacer bailar a su rival, no hay un futbolista que tenga el corazón de Mancuello. No para cortar, correr y tirarse al piso, porque esta tarea la está realizando en forma sobresaliente Diego Rodríguez, el volante uruguayo. Sino para pedir la pelota, llevar el equipo hacia adelante y lograr el objetivo. O sea, para guiar a su pueblo tal como en un cuento mitológico.
