Gracias hijo, otra vez, por demostrar tu grandeza en hacer feliz a papá. Gracias por esas declaraciones que nos alegran desde la ridiculez, desde esa fantasía que sólo se cruza por tu cabeza. ¿En serio pensaban en golearnos? Pobre, cada día que pasa nos damos cuenta que tus problemas son más grave de lo que imaginamos. Pero es real que nos encanta que seas así, tan mitómano y preso de una fantochada alocada y despechada, que sólo repercute en carcajadas rojas que no paran de callar. Gracias Racing, gracias por aparecer cuando más te necesitamos. Siempre estás para sacarnos del pozo y devolvernos la felicidad.
Es fácil darse cuenta el temor que nos tienen. Los jugadores que visten esa camiseta a bastones y, aunque quieran desmentirlo, esa gente que el domingo pasado hablaba de goleada, de romper la racha, y que con el correr de los días tuvo que comprar calzoncillos de sobra porque no le daban abasto los que tenían. En la previa amagabas con saltar, con romper esa garganta muda y anudada, pero cuando viste salir a los jugadores de Independiente a calentar, se murió tu ilusión. Ahí nos dimos cuenta, otra vez, que el clásico era nuestro. No sabés jugarlo ni adentro ni afuera. Por eso sos tan fácil.
Durante lo poco que se te escuchó, cantaste que nos ibas a hacer lo que mismo que te hacemos siempre. Risas por doquier. No te da el cuero, ni el temple, ni el congelamiento de tu pecho. No podés hacer eso porque sabés que fuiste, sos y serás, una sombra eterna de Independiente, por más que tu fantasía de creerte más de lo que sos te impida ver la realidad absoluta. Lo sabés Racing, sólo falta que te decidas a entenderlo. Colgás banderas nefastas, irritantes y dolorosas. Deberías ser guapo en el verde césped y no salir a jugar contra el Rojo con 11 bombachitas de goma.
El gol de Cristian Báez (un gol en Primera y obvio, justo a “B”os), fue una bomba a tu fatídica esperanza. Te vimos morir la garganta otra vez. Quedaste calladito durante otros 45 minutos en los que la fiesta fue de un color rojo bien intenso. Y claro está, vos ves ese color y te arrodillás. Ni en la cancha pudiste, ni en la tribuna intentaste. Ya no sos un digno rival, sino una rutina apaciguada, calma y desmembrada. Pero igual te queremos, cómo no lo vamos a hacer si tanto nos divertimos con vos.
En un momento amagaste con abandonar. Idiota actitud de hinchas que hablan de fidelidad pero terminan arrastrados por la inmensidad de su padre. Tiraste bengalas a la gente del Rojo, sos malo y guapo. Deberías demostrar esa rebeldía en la cancha, pero como ya dijimos, ves a Independiente y hacés la del cangrejo. El final fue otra explosión infernal. Te fuiste llorando e insultando a tus jugadores, mientras otro grupos de “B”iolentos inadaptados se limitaba entre el canto (que nunca se escuchó) y el suicidio en masa. Hasta hiciste futurología y llevaste una bandera de victoria (“Rojo te quedó el c…”). La colgaste para terminar de automutilarte. Gracias nuevamente, si algo nos faltaba era que te cargues a “b”os mismo.
Gracias a tu gente, a tus jugadores, a Rodolfo “Cebolla” Molina, a “Pañuelito” Russo. Gracias por la previa, por el partido y el post. Gracias por tendernos la mano cuando más te necesitamos. Gracias hijo por estar siempre y por festejar esta locura con tu padre. De mi parte sólo me queda apiadarme de vos y como buen PAPÁ aconsejarte: si sigue doliendo, probá con Manzán.