La vuelta del hijo pródigo a Independiente generó expectativa y el volante estuvo a la altura, pero el resto no acompañó porque no sabe para dónde arrancar sin una idea clara de juego.
Si la esperanza era que los cuatro refuerzos le cambiaran rotundamente la cara a un equipo que en 27 fechas no pudo mostrar una intención definida de juego, ya quedó desvanecida tras la estrepitosa derrota por 1-0 ante Colón de local en la primera fecha de la Copa de la Liga, es decir en la primera de las 14 finales que Independiente tiene en esta segunda parte del año para salir del fondo. No fue Federico Mancuello más diez; fue Mancuello menos diez.
El regreso del hijo pródigo despertó ilusión y levantó la expectativa de la gente en la previa. Y el mediocampista de 34 años estuvo a la altura del escenario y de la ovación que escuchó cuando salió al campo nuevamente vestido de rojo. Las pidió todas. Se movió por todo el campo. Y participó de las jugadas de riesgo del Diablo. Pero él solo no puede tirar el centro e ir a cabecear.
Mancuello es un gran jugador, aunque no es un superhéroe. Se pone la capa roja y sale a llevarse todo por delante; sin embargo, nadie lo secundó en la tarde sabatina de Avellaneda. Y otra vez el elenco de Ricardo Zielinski expuso sus pocas luces y la ausencia de una identidad clara. Se dijo en esta columna después de la clasificación por penales del martes de la Copa Argentina: sin ideas no habrá refuerzos que valgan.
Y así fue, lamentablemente para este Independiente que de la mano del Ruso no encontró hasta aquí una intención de progresar, de mejorar, de hacerse cargo de la pelota, de generar situaciones… Ni siquiera de defender bien, uno de los rasgos de cualquier cuadro comandado por este experimentado DT del que nadie discute su capacidad.
Pero en el Rojo no logró encontrarle la vuelta. Cambió de esquema. Probó y probó. Pero nada le dio resultado. Algún que otro partido pudo imponerse. Demasiado poco. Jamás sostuvo en el tiempo una performance satisfactoria. Y la presencia de Mancuello volvió a dejar al descubierto esa falta de identidad de su equipo.
Mancu, ubicado como volante interior izquierdo, se hizo cargo de ser la manija. Por él pasaban todas las pelotas. Con el Dromedario, Independiente recuperó una herramienta fundamental en el fútbol: la pelota parada. La zurda del 11 se vio intacta tanto en los centros como en los tiros libres. Casi clava un golazo que el arquero rival le sacó del ángulo en la primera parte. No obstante, no hubo otro camino hacia el área de enfrente.
Tuvo, además, un remate de media distancia que se fue cerca. Y una adentro del área que nunca lo encontró cómodo para definir. En la segunda parte, Mancuello asistió a Alexis Canelo, quien en el segundo palo no llegó a conectar el cabezazo. Cada córner suyo, con rosca al corazón del área, era una acción peligrosa. Pero nadie la capitalizó.
Con el 4-1-4-1 que viene utilizando Zielinski en las últimas presentaciones, Martín Cauteruccio queda aislado y sin acompañamiento arriba por lo que fecha a fecha pierde protagonismo. Chaco Martínez no luce cómodo por la derecha. Iván Marcone, muy metido entre los zagueros centrales, queda lejos de sus volantes internos y no hay circuito de juego en esa zona neurálgica.
Todo lo que ya se venía viendo, continuó igual. Independiente es Mancuello menos diez. Un jugador que empuja, pero el resto resta ya que no saben para dónde arrancar. Las caras nuevas, como se suponía, no modificaron el status de un Independiente que necesita como primera medida ordenarse del vestuario hacia afuera y sobre el campo para saber a lo que juega. Eso, hasta ahora, no sucedió con Zielinski, que parece tener las horas contadas en Avellaneda.
