Estamos aquí. Justo en la mitad de la semana más larga del año. La semana previa a ese partido más importante de todos, ese que buscamos primero en el calendario una vez que sale el fixture del campeonato. Y acá estamos, esperando, ilusionados con que al menos llegue el viernes, especulando que quizás el fin de semana haga más amena la ansiedad.
Pero esta vez, es una sana espera, una dulce espera. Independiente llega dulce, encaminado, y sin sobrarle nada, tiene más por ganar que por perder en este nuevo clásico. Claro que esto no quiere decir que el resultado esté puesto, ni mucho menos. Pero la espera para el partido del domingo es, déjenme decirles, distinta al resto. Insisto, no quiere decir nada: hemos llegado al clásico con entrenador debutante, golpeados por resultados adversos, y aún así propinarles una goleada histórica.
Pero acá hablamos de la espera. Todo ese proceso que arranca desde el pitazo final del último partido, sea cual fuera el resultado, y el pitazo inicial del susodicho encuentro. Y que Independiente llegue invicto, que venga de golear al escolta del campeonato de visitante, no son detalles menores. Y con más fuerza e ímpetu todavía, tampoco es menor que haya algo en la atmósfera que nos hace sentir distintos. ¿Qué es? Vaya uno a saber. Pero hay que animarse a reconocer que el hincha está dejando entrar nuevamente esa ilusión que tanta resistencia le viene poniendo.
¿Y por qué la espera es distinta es a las otras? Porque nada de lo que pase el domingo hará que se esfume esa ilusión. El hincha está volviendo a creer y nada debe interferir en ese sentir tan lindo y genuino. Pero que quede claro: hay que ganarles. Hay que ganarles y tomar cada decisión pensando en ganarles. Entre ceja y ceja debe estar clavado ese objetivo. Tienen que jugar como nunca, y tienen ganar como siempre.
