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Luna de Avellaneda

Una asamblea bochornosa, con gritos, socios apiñados, con banderas, insultando; acusaciones, invitaciones a peleas; una votación a las apuradas, un recuento polémico, un representante que luego dijo que confundió su voto. El presidente contra todos, todos contra la Comisión. Piñas a la salida.  La historia del Club al que todos los días lo matan un poco más.

“¡Te llevaste la pelota, hijo de puta!”, le reclamaba el personaje de Eduardo Blanco al de Daniel Fanego, en el medio de una asamblea del club ficticio Luna de Avellaneda, en una escena de la película homónima, que casi termina en un escándalo tragicómico. Mientras se dirimía la venta de la institución a unos inversores privados que en el lugar querían poner un casino, los socios ponían su énfasis en rencores del pasado, en enfrentamientos personales.

Lo que sucedió en la Asamblea de Balance de Independiente el lunes por la noche, ofreció suficientes elementos como para armar una película entera, aunque en este caso grotesca, bizarra, exacerbada. Ridícula.

La puesta en consideración de la Memoria, Balance General, Inventario, Cuenta de Gastos y Recursos y el informe de la Comisión Revisora de Cuentas terminó sirviendo de excusa para el circo que se armó en el gimnasio Radrizzani. Luego de los sillazos a la CD, durante la asamblea de presupuesto y la reprogramación a puertas cerradas, se volvió a permitir el ingreso de socios, aunque en un número limitado: 200, ubicados en los balcones del segundo piso, con todo el tercer piso libre y un corralito vallado para que la prensa, apiñada, pudiera, o intentara, trabajar.

El primer llamado estaba pautado para las 19:00, aunque como suele ocurrir, nadie se hizo presente. Recién pasadas las 20:00 los 14 miembros de comisión directiva que se hicieron presentes subieron al estrado y aparecieron los representantes: 23 de Independiente Místico, 12 de Nueva Generación Roja – autodenominados Movimiento Dale Rojo -, y los 3 de Lista Roja. Allí, los cánticos que bajaban de los balcones, se hicieron mucho más estridentes. ¿El destinatario? Todos: “oficialismo y oposición, váyanse todos a la puta que los parió”, gritaban desde el balcón.

El griterío incesante no dejó escuchar casi nada de lo que dijeron Javier Cantero, Pedro Larralde, Luis Felice; ni los presidentes de bloque Walter Mallo, Daniel Seoane y Eduardo Villalba. Sólo cuándo desde la oposición y desde los místicos disidentes concluyeron en que no había argumentos para aprobar el balance, se hizo silencio, apenas unos aplausos a la consideración y, enseguida, nuevamente insultos para todos: “La comisión, la oposición, se va a la puta que los parió”.

La intención de la CD era más evidente, mientras más pasaban los minutos: votar y aprobarlo para retirarse, cuánto antes, del lugar. Pero, claro, allí llegó el escándalo: la votación – no debe existir metodología más vetusta, antigua que la de levantar las manos – terminó a favor del oficialismo por 24 a 23, con votos disidentes dentro de los místicos, con insultos de parte de los opositores, con invitaciones a pelear, con los representantes tomando el micrófono para insultar al presidente, con la policía teniendo que separar, con los agravios que ahora eran de parte de los asambleístas a los asistentes ubicados más arriba. Con el caos.

Con una votación que luego el presidente diría que, finalmente, “fue 25 a 23”. Con un comunicado de prensa que daba cuenta de 4 representantes que no pudieron ingresar, por lo que “la diferencia hubiese sido  más holgada”. Con un representante – Ángel Riveiro – diciendo que confundió el momento de levantar la mano y que su voto debía contarse como negativo. Con los opositores, enseguida, hablando por los medios, pidiendo la nulidad de la votación. Con el presidente expresando, increíblemente, “la unidad” dentro de una CD a la cual ya renunciaron varios y que tuvo sólo 14 presentes. Con acusaciones de traición, de mezquindad. Con el presidente cuestionando a los militantes de la política, pese a que siempre dijo ser uno de ellos, pese a que tuvo varios en su agrupación. Con los insultos al tesorero a la salida. Con el inadaptado que lo trompeó para tirarlo de la moto y que pudo haberlo matado. Con la policía pegándole a cualquiera que se le cruce adelante, incluso a aquel que quería levantar a Felice. Con la vergüenza. ¿Ganó el oficialismo? ¿Perdió la oposición? El único derrotado es Independiente, que se va a la B en todos los ámbitos diariamente.

¿Alguno tiene una respuesta concreta que explique cómo hacer para sacar a Independiente de este pozo? Los que gobiernan no parecen tenerla. Los que están afuera, los que se dicen alternativa y juegan con la especulación y no se juegan, de una buena vez, por el Club, parece que tampoco. A esta altura, Omar De Felippe debe pensar que su llamado a la colaboración de todos los sectores de la política, tuvo una muy pronta fecha de vencimiento. De aquel Club que era el Orgullo Nacional, sólo queda el nombre. El chiquitaje les ganó a todos. Nos ganó a todos.

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