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Aprender a quererte como nunca antes

Finalmente sucedió lo que parecía inevitable: Independiente perdió 1 a o ante San Lorenzo y por primera vez en sus gloriosos 108 años de historia descendió al Nacional B. Un equipo con mayoría de pibes terminó poniendo la cara en el peor momento de la historia del Club. Lloran más de 5 millones de hinchas.

Fue un partido que no resiste análisis. Mucho piberío, mucho nerviosismo y todos soñando con ese milagro que nunca llegó. Villalba buscó ser salida siempre y demostró que es un pibe que en las malas se agranda. La pidió y el Rojo encontró en él la salida más clara. Claro que Trejo y Pizzini nunca pudieron desbordar con claridad para llevar peligro.

Morel y Tula dos tipos por los que muchos hinchas de Independiente se sacarán el sombrero. Estuvieron siempre, infiltrados, golpeados, doloridos, pero con un amor propio y una garra terrible. Tula terminó de nueve ante la locura por ganar. Morel se comió a casi todo lo que se acercó por su sector. A Velázquez se lo comieron los nervios. Tuvo un partido para olvidar.

En el mediocampo se intentó, pero faltó Vargas. El Rojo no tuvo juego, no tuvo sorpresa y apenas recién en el segundo tiempo pudo hacer revolcar a Torrico. Fernández nunca se paró de nueve y no exigió entre los centrales y Fredes con el Rolfi nunca fueron manija.

Así a Independiente se le hizo muy difícil. Complicadísimo. Los centros nunca tuvieron un destinatario correcto, no se logró nunca aprovechar los desequilibrios de un San Lorenzo que se aferró al empate y encontró espacios y a su principal aliado en la desesperación local.

El gol de San Martín de San Juan en el primer tiempo pegó fuerte en las tribunas, pero el hincha siguió su faena. A puro grito alentando a un equipo que se lo veía abatido. Destrozado. Y así fue que tras  una buena jugada Correa definió al segundo palo haciendo estéril la estirada del Ruso Rodríguez. Iban 15 minutos y a partir de ahí el llanto se adueñó de todos. Fueron 30 minutos de dolor inmenso. Los once en el campo de juego nada podían cambiar.

Desbordes sin profundidad. Algún cabezazo aislado que no pudo lograr nada. San Lorenzo se aferró al triunfo, pudo haber hecho el segundo y el Rojo pudo haberlo empatado. Pero la realidad ya era imposible de cambiar. Independiente caía después de 108 años de gloria al pozo institucional y deportivo. Con el descenso consumado el grito fue único. Los abrazos de dolor se multiplicaron y se demostró una vez más, ante la derrota, una grandeza especial.

Nunca los de Brindisi pudieron hacer alguna pared, sacarse un jugador de encima, encarar con idea de crear fútbol. Las piernas les pesaban. Los pibes salieron a defender los colores de un equipo que tuvo en ellos la rueda de auxilio y en algún momento fueron los artífices de la esperanza. Hoy su llanto regó el césped.

Ahora ya está. Se consumó lo que nunca nadie quiso ni pensar. El dolor será inmenso, pero hay que lograr subir cuanto antes y para eso hay que mejorar mucho. La grandeza no se perderá nunca.

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