Independiente presentó una evolución de arranque contra Instituto, pero no pudo sostenerla en el tiempo y terminó hundido en los mismos errores de siempre.
El partido de Independiente ante Instituto se puede partir en dos. La primera de esas partes, que no necesariamente abarca toda la etapa inicial, mostró lo mejor del incipiente ciclo de Leandro Stillitano, después del debut con victoria en Córdoba. Y la otra parte, volvió a dejar al descubierto todos los desperfectos de un equipo en formación que sigue siendo endeble como un papelito en el viento. Apenas lo soplan y se desordena por el aire sin control.
Hubo un avance, es cierto. Algo de lo que el entrenador declaró en conferencia de prensa es así. Su Independiente salió a jugar con otra determinación. Una de las cuestiones que se le reclamaba era personalidad y carácter para plantarse en el césped y dar batalla con presión para hacerse el dueño de la pelota y pisar con peligro el área rival, algo que había hecho demasiado poco en el torneo.
A bordo de un nuevo esquema táctico, el 4-4-2, el Rojo lució más cómodo, al menos de entrada. Con los desbordes de Vallejo por la izquierda y la participación de Barcia por el otro costado, más la presencia de Kevin López que se desprendía del doble cinco para hacer de enlace al momento de atacar y conectar así con el doble nueve compuesto por Cauteruccio y Giménez. Hablando de Giménez, el sanjuanino pareció estar más activo con otro delantero al lado ya que podía mostrar mayor movilidad, retroceder y armar juego.
Todo es se pudo apreciar en una primera media hora en la que Independiente se llevó por delante a ir rival de turno con intensidad y hasta ratos de buena fluidez de juego. No tardó en ponerse en ventaja por dos goles. El primero fue de penal y el segundo llegó por un contraataque perfectamente elaborado: Vallejo la inició en posición de 3, la comandó Giménez por el medio y la siguió López por la izquierda para cruzarla al otro lado con Barcia, que vio a Caute bien ubicado para rematar y le dio el pase atrás.
La tarde era redonda. Independiente había recobrado el pulso justo en la semana en la que crecieron los rumores en torno a la continuidad del DT (demasiado pronto), Cauteruccio recuperó el olfato goleador, la localía volvía a estar en orden después de dos golpazos evitables (Platense y Defensa y Justicia). Pero todo eso se desmoronó como un castillo de naipes.
El Diablo no pudo sostener el ritmo. Como si de pronto se hubiera despertado de un sueño placentero y se hubiese encontrado con la cruda realidad, el equipo de Avellaneda volvió a tropezar con todas las piedras que ya se había topado en las fechas anteriores: distracciones, imprecisiones, malos retrocesos, fallas en las marcas y una alarmante falta de reacción ante la embestida del otro equipo.
Instituto creció al ritmo del retroceso anímico y futbolístico de Independiente en el encuentro. Ya antes del descanso había dado un golpe del cual el local no pudo reponerse. El descuento, de tiro de esquina fue un gol psicológico que metió en partido a los cordobeses y lo descolocó al dueño de casa. Otro córner terminó en el empate, esta vez por la floja marca de Ostachuk que permitió que Linares parara la pelota, se diera vuelta y rematara, todo al borde del área chica.
Pudo haberlo perdido de no ser por Rey; pudo haberlo ganado de no ser por Carranza y el palo. Pero la decepción de verse dos goles arriba y culminar el domingo igualado 2-2 fue otro dolor grande para un hincha ya impaciente tras tantos años de frustraciones.
Las mejorías de esa parte positiva son a las que deberá aferrarse Stillitano. El vaso ya no está vacío, pero aún está muy lejos de llenarse.
