Independiente volvió a jugar de forma espantosa y cayó 1-0 en el Clásico que, históricamente, siempre ganaba.
Pasó una nueva edición del Clásico de Avellaneda, y tal como nos tiene acostumbrados, Independiente volvió a jugar mal. El Rojo venía de caer con Patronato y con Platense, pero aún en sus peores momentos sabía ganarle a Racing. Esta vez, la Academia tuvo la inteligencia y la actitud que tenía antaño el Diablo, todo al revés.
De arranque, se dividieron el partido. El Rey de Copas tenía más la pelota, pero el local generaba las situaciones. Los dirigidos por Eduardo Domínguez intentaban llegar al arco protegido por Gastón Gómez, pero se topaban con un muro celeste y blanco. Ellos, por su parte, explotaron las sobradas limitaciones de la defensa de la visita, y de más está decir que las encontraron.
Cada pelota al área era un puñal para Independiente, sobre todo porque Joaquín Laso no estaba en el partido y Sergio Barreto tenía que arreglárselas solo. Así fue que, a los ocho minutos, hubo córner para Racing. Tras el centro, y luego de un desvío, la pelota quedó boyando en el área. Gabriel Hauche metió una chilena ante la atónita mirada de los defensores, y estampó el 1-0.
Sin embargo, el mal trago no terminó ahí. La Academia siguió yendo, sabiéndose mejor que el Rojo. Once minutos después del gol, pudo haberlo ampliado: Laso taló a Emiliano Vecchio, y Fernando Rapallini cobró penal. Afortunadamente, Enzo Copetti lo estrelló en el palo, y dejó con vida al más grande.
La vida que le dio Copetti al Diablo, aún así, no fue aprovechada. Damián Batallini jugaba su propio partido, y así fue que Eduardo Domínguez debió sacarlo por Leandro Fernández antes del final del primer tiempo. Como si fuera poco, se quitó la camiseta y la tiró al piso, como si fuera un trapo. ¿Sabrá, acaso, donde juega?
Domínguez, totalmente perdido, trató de arreglar el pésimo equipo que armó de arranque con el ingreso de Tomás Pozzo, pero fue imposible. Si bien tuvo buenas intenciones y entendió el partido, no pudo hacer nada ante el desconcierto general del equipo, aún con un Racing que había bajado el nivel.
En el complemento, de hecho, se peleó más de lo que se jugó. Apenas Facundo Ferreyra probó con un derechazo al ángulo y Juan Cazares casi convierte de cabeza en el final, pero no hubo suerte. Lucas Romero intentó contener las embestidas de la Academia, pero Iván Marcone nunca lo pudo acompañar, y jamás supo jugar el Clásico como debía.
Así, Independiente dejó pasar un Clásico totalmente ganable. Racing no fue una aplanadora, pero tuvo la inteligencia y la actitud que le faltaron al Rojo. Eduardo Domínguez, desde el armado del equipo, hizo absolutamente todo para perderlo, y nunca lo pudo arreglar. Que se limpie a los que no quieren estar y se queden los que realmente les importa la situación del club. ¡Dejen de dañar a Independiente!