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No lo dejemos solo

 

El jueves pasado, un rato después del mediodía, aproximadamente 30 barras bravas irrumpieron en la sede de un club y subieron hasta el primer piso, donde se ubica el despacho del Presidente.

Entraron, cerraron la puerta y mantuvieron una discusión con el máximo mandatario de la institución. Le gritaron, lo amedrentaron, amenazaron…  En fin, hicieron una de las pocas cosas que saben hacer, inculcar miedo en otros seres humanos para lograr sus propósitos. Luego, por el camino que tan bien conocen, ante la atenta mirada de las cámaras de seguridad y los empleados del lugar, se fueron, por la avenida en la que la noche anterior también habían estado.

La persona que vivió este momento, poco grato por cierto, no tenía custodia privada (hay en la sede pero obviamente fue desbordada), estatal, civil, ni de ningún tipo. No lo acompañaba un solo policía, porque quizás a nadie se le ocurrió que hiciera falta, ni siquiera luego de la marcha organizada horas antes en su contra, en la que participaron alrededor de 200 personas, muchas de las cuales tienen antecedentes penales. No tenía a su lado a ninguno de los miles de socios que lo votaron meses atrás, a un periodista, ya sea partidario, o de los que anda merodeando la zona de Avellaneda en las madrugadas, ni tampoco a alguno de sus seguidores en facebook o twitter. Estaba cara a cara con los máximos referentes del grupo que lo viene hostigando, insultando y amenazando desde que asumió. Y estaba solo…

Este Presidente no es un paladín de la justicia, no se pone un traje con capa y sale por las noches a combatir el crimen, no tiene porque hacerlo. Debe gobernar una institución que está pasando por una situación más que delicada, la peor de toda su gloriosa vida y con eso le alcanza y le sobra. Llegó a su cargo en diciembre último en una elección histórica, votado por una masa de socios que exigía un cambio y eligió gente nueva, derrotando al aparato político oficial y a sus seguidores, en su mayoría por conveniencia.

Es esa falta de experiencia dirigencial, lo que ante los violentos le juega a favor. No los conoce, no les debe favores, tiene el culo limpio. Intentó darles una muestra de buena fe, pero con eso no basta. En la gestión anterior se acostumbraron a recibir mucho más que tela y retroceder en sus logros no figura en sus planes. La única carta con la que cuentan, que no es menor, es la del miedo. Y si la pueden jugar es porque tienen la ayuda de la misma gente que dice estar en su contra, así de raro como suena. Dicho de otra manera, para que este presidente gane su lucha debe contar con el apoyo de los mismos que por su accionar, permiten que las barras bravas sean parte del negocio del fútbol desde hace muchos años.

El Gobierno Nacional, la Asociación del Fútbol Argentino, el organismo de control y seguridad, la policía, el periodismo, los dirigentes del resto de los clubes y los hinchas, todos, en mayor o menor medida, somos responsables de que estas lacras estén incrustadas en el deporte que tanto amamos como un tumor tan maligno como paciente, imposible de extirpar sin daños colaterales.

Este presidente, ha recibido la visita y el llamado en los últimos días de varias personas del gobierno, quienes le brindaron, de palabra, su total apoyo. Se sabe que muchos políticos y sindicalistas utilizan a las barras bravas como guardaespaldas, punteros, fuerzas de choque o lo que sea que les pueda ser de ayuda con tal de mantenerse en el poder, a cambio de, por ejemplo, plata, viajes o puestos de trabajo sin trabajo. ¿Qué harán entonces?

Este presidente se reunió luego de lo sucedido con la máxima autoridad de la Asociacióndel Fútbol Argentino. Le brindó, de palabra, su total apoyo, en el mismo escritorio en donde recibió, entre otros, a los barras que integran Hinchadas Unidas Argentinas y desde hace ya más de treinta años maneja los hilos de absolutamente todo lo que acontece en el mundo de la pelota. Es por eso, que se sospecha que del temita este de los violentos algo sabe. ¿Qué hará entonces?

Este presidente también se reunió con el Comisario Rubén Pérez, quien le dio, de palabra, aunque con algunas controversias, todo su respaldo. Este señor, que estuvo procesado por supuesto incumplimiento de los deberes de funcionario público por presunta falta de colaboración con la policía en la prevención de un choque de barras bravas, es el titular del Coprosede, organismo creado en 2002 que dicta y ejecuta medidas para garantizar la seguridad de los espectadores. Paradójicamente ninguno de ellos se siente cuidado por dicho organismo, ni está a favor de las decisiones que éste toma. Una de las más criticadas es la que achica cada vez más o directamente prohíbe (según la categoría) la cantidad de hinchas visitantes, sin discriminar entre barras e hinchas comunes. Se sospecha que si dejan entrar solo a cien, es probable que los cien sean barras bravas. ¿Qué hará entonces el Coprosede?

Los policías son los encargados de ejercer la autoridad y mantener el orden tanto dentro como fuera de los estadios. Son los que deben cuidar a los hinchas y resguardarlos de los violentos. Muchos, corruptos ellos, se sabe que no solo conviven con los barras, sino que además forman una sociedad muy lucrativa, en la que trapitos y vendedores ambulantes o con puestos, entre otros, son participes necesarios. Cobran sumas siderales por operativos ineficaces y el hecho de que una gran cantidad de hinchas haya sido asesinado por policías (Adrián Scaserra es solo un caso) hace sospechar que la seguridad de la gente común les importa poco y nada. ¿De qué lado se pondrán entonces?

El periodismo desde el jueves mismo se rasga las vestiduras y horrorizado implora por el fin de la violencia, algo que se repite tanto que ya parece ser una sección aparte. Eso sí, muchos periodistas, a la hora de vender, cuentan las jugosas historias de los barras como si fueran estrellas de rock. Saben donde se juntan, como son, si prefieren usar slip o boxer y de que color, hablan de primeras y segundas líneas como si estuvieran dando la formación de Hindú. Detallan sus ataques, asesinatos y venganzas como si fueran las aventuras de un curso de colegio secundario. Tienen contactos con ellos y hasta les piden ayuda o tranzan para hacer algún tipo de informe o conseguir una primicia. ¿Qué es lo que van a hacer entonces?

Este presidente en el día de hoy se va a juntar con sus pares en la calle Viamonte, sede da la AFA, donde seguramente, de palabra, le brindarán todo su apoyo. La connivencia entre la mayoría de ellos y los barras está más que demostrada. En casi todos los clubes los delincuentes hacen y deshacen a su antojo ante la vista gorda de los directivos, quienes les dan camisetas, entradas, micros, pasajes de avión, los contratan como acomodadores o porteros, les otorgan un sueldo y hasta parte de las ventas de los jugadores o porcentajes de sus pases. A cambio reciben su apoyo, reprimen cualquier manifestación en su contra o simplemente los dejan hacer lo mismo que ellos, robar la plata de los socios, legítimos dueños de los clubes. Crearon un Frankestein del que por lo general pierden el control. ¿Qué se supone que harán?

Miles de hinchas, del club en cuestión y de otros también, manifestaron su apoyo a través de las redes sociales. Reclaman que de una vez por todas se erradique a las barras bravas, aunque a la hora de aportar su granito de arena, salvo en contadas ocasiones, dejan mucho que desear. Muchos hinchas aceptaron a estos asesinos como parte de un juego en el que los únicos perdedores son ellos. Les hacen lugar en las tribunas, vitorean sus entradas, festejan sus robos de banderas, cantan amenazas de muerte sin pudor alguno, les piden o les compran entradas, viajan en los micros que ellos regentean, los respetan, les piden autógrafos y fotos, compran sus historias cegados por la nefasta cultura del aguante. Son parte de una sociedad corrupta e inadaptada que vive corriendo los límites y por eso terminan aceptando cosas que los tienen como responsables y víctimas a la vez. Viajar mal, recibir insultos, palazos o balazos policiales, sufrir robos, avalanchas, hacer pis en un baño inundado, perder un ojo (San Juan, una semana atrás), recibir un piedrazo que con suerte solo te corte el cuero cabelludo (Sarandí, hace tres días), entre muchísimas otras cosas, son habitué en sus experiencias como hinchas, sin embargo parecen poco dispuestos a cambiar las cosas y hasta cargan a otros simpatizantes si les tocó, ese día, sufrir a ellos. Quizás para minimizar la situación, hablan con falsa nostalgia de los “barras de antes”, ya que esos sí tenían “códigos”. Códigos tiene un tipo humilde que se levanta todos los días a las 4 de la mañana para ganarse el mango, el que no se encara a una mina porque es la hermana de un amigo, no el que se pelea con otro porque es de otro equipo. ¿Por qué no le preguntan que piensan de esos códigos a las familias de Roberto Basile, José Pérez, Daniel Souto o Raúl Calixto, por citar solo algunos de los asesinados por barras del 85 hacia atrás?

Este presidente a través de su accionar puso en el tapete nuevamente este tema, dejando al descubierto todas las miserias que acarrea. ¿Somos capaces los Argentinos de sacarnos las caretas y de una vez por todas hacer lo que a cada uno le corresponda en pos de erradicar a estos delincuentes? ¿O como tantas otras veces seguirá todo igual, o maquillado de alguna manera que le impida a la culpa hacernos mella? ¿Nos haremos cargo o pediremos que la solución llegue milagrosamente de la mano del espíritu santo o de algún organismo extraterrestre? ¿Qué vamos a hacer?

Este presidente, mañana estará sentado en su despacho del club en cuestión, con la posibilidad de seguir esta lucha que no tiene nombre ni bandera. Que es de todos los hinchas, de todos los clubes, de todos los Argentinos que amamos el fútbol. ¿Lo vamos a dejar solo?

 

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