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Regalar el protagonismo se paga caro

Independiente hizo el gol y decidió defenderse automáticamente cuando todavía quedaba todo el complemento por delante. No supo sostener la ventaja y agrandó a San Lorenzo, que le llegó a Sosa y logró empatar.

 

Como si se tratara de un chiste de mal gusto, apenas un rato después de ver al maestro Ricardo Bochini de nuevo vestido de Diablo en su más que merecido homenaje en el que agradeció y además habló con énfasis del fútbol que representa a Independiente, el equipo de Julio Falcioni se encontró con un gol casi de casualidad al minuto del segundo tiempo y, sobre ese mismo pasto en el que el Bocha alentó a jugar yendo al frente el Rojo se dedicó a refugiarse para tratar de cuidar el resultado ante un San Lorenzo descolorido que lo terminó empatando.

 

Falcioni en estado puro. No es novedad que el Emperador es un enrenador mucho más cercano a la cautela que a la audacia. En el clásico contra Boca, sin ir muy lejos, el plan le salió bien. Sacó la ventaja y en el complemento se dedicó a defenderla con uñas y dientes. La diferencia es que allí contaba con la defensa titular entera y los protagonistas demostraron también otro semblante y otra concentración hasta el final.

 

En la tarde noche del domingo, con Bochini mirando desde el palco, la idea de cerrarse y ceder todo el protagonismo ya estando arriba en el marcador no funcionó. Y el precio fue dejar escapar otros dos puntos en Avellaneda.

 

El clásico entre dos clubes de actualidades parecidas en la pobreza (institucional y deportiva) era parejo. De hecho en la primera parte se discutían el control, sin lucidez desde ambos lados, y apenas hubo una llegada por lado que salvaron los arqueros Sosa y Torrico. El inicio de la segunda parte lo puso al local arriba por esa pelota que Silvio Romero se llevó por delante tras un tiro de esquina que ningún defensor rival logró despejar.

 

El gol le permitía sumar confianza en un partido malo y aprovechar el golpe que sufrió el rival para buscar más y liquidarlo. Sin embargo, la respuesta automática fue retroceder varios metros en el campo y entregarle el poder del balón al Ciclón para intentar lastimar de contraataque. Pero no pudo prácticamente pasar la mitad de la cancha y muchísimo menos volver a verle la cara con Torrico.

 

En el medio, perdió por lesión a Domingo Blanco, el mejor de campo hasta ese momento. La falta de experiencia del debutante Mauro Zurita le hizo tirarse a cortar a Gabriel Rojas con el brazo en alto, algo que ya se sabe que con las nuevas reglas de FIFA no debe hacerse bajo ningún concepto. El penal a cargo de un especialista como Néstor Ortigoza fue un gol cantado. Sosa ya le había sacado un tiro a Uvita Fernández. Y luego tuvo otra salvada sensacional ante Franco Di Santo.

 

Una vez que Independiente, ya en el 1-1, se acordó de atacar en su cancha, volvió a pisar el área de enfrente y tuvo la inmejorable chance de ganarlo con el penal que Francisco Flores le hizo a Saltita González. Torrico se lo tapó al Chino Romero y no hubo otra situación más.

 

Se conoce y se ha insistido desde esta columna de análisis en el contexto negativo en el que trabaja el DT: un plantel corto, sin variantes de jerarquía y con la obligación de promover juveniles para tapar huecos como sucedió con Zurita, por citar un caso. Pero reducir todo a esto, que está e influye, recortaría la responsabilidad que también le cabe al encargado de intentar algo más, otra postura que demuestran otros equipos que tampoco tienen demasiado material en cuanto a nombres y número.

 

Independiente hizo el gol y decidió defenderse a continuación. No es un sacrilegio. Está dentro del abanico de caminos a tomar para intentar ganar. Es parte del fútbol. Sí. Pero, a su vez, va a contramano del espíritu de juego rojo. Desestimar el protagonismo, regalárselo a los rivales sin importar su condición, puede tener un costo carísimo. Y el que lo paga es todo Independiente.

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