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Sueña, Milito, sueña…

No es un sueño, aunque ya despierte sueños. El “Mariscal” vuelve para que vuelva Independiente. Ahí viene Gabriel Milito y su gorda valija. Sí, mírenlo bien. Es Milito, el “último gran capitán”. Es Milito, el “Mariscal”. Es Milito, y ese seis que lo acompaña hasta en la cantidad de letras de su apellido. Es Milito, el cuerpo y alma para la “6”, esa que lo pidió a gritos mientras era deshilachada por cualquier maniquí. Ahora usará la “18”. A quién le importa. Si a él le sobra espalda para tantos números.

“Tenía el deseo muy grande volver”, dice, sin vueltas, el hombre de los rulos. Es Milito, al cabo, que vuelve para volver a ser. El relato se interrumpe. Al “Gaby”, enseguida, lo frenan en el check in. “Me descubrieron”, dice internamente. Y sí: esa valija trae más peso de lo permitido. Casi sin saberlo, Milito, ese cromosoma del “Gen Rojo”, heredó el mismo problema de su amo: “¿Pucha, qué hago con tantas Copas?” Ganador nato, Milito siempre militó con la gloria.

Con él Independiente es más Independiente. La sangre es más roja. Y el corazón más barullero. ¿Cómo explicarlo? Si hasta lo extrañaban los resquebrajados escalones de la Alta Cordero. ¿Cómo explicarlo? Si ya le estás diciendo a tu pibe que Milito vino para que a los gritos, volvamos a pedir más vino. ¿Cómo explicarlo? Si tu hermanito, incrédulo, apaga la Play para decir: “Che boludo, ¿vino del Barcelona a Independiente?” Sí loco, sí.

En 8 años, amontonó dos copas con el Zaragoza y seis títulos con el Barca. En el mes pasado, sin embargo, la Selección le dio vuelta la cara, y ahora colecciona cachetazos. Cuando Batista lo llamó para jugar la Copa América, Milito se inmoló por la causa. Había estado 8 meses en la sala de primeros auxilios. Jugó sólo 26 partidos en las últimas dos temporadas, le faltaba ritmo y timing. No le importó. Arriesgó y perdió.

Al muy crack, otra vez, le enchastraron el curriculum por dos o tres malas referencias.“Milito no puede fichar por el Real Madrid porque esa rodilla no está para jugar tres partidos por semana”, disparó Jorge Valdano. Afuera de la casa Blanca, Milito enseguida fichó con el Zaragoza. Y le respondió, irónico: “Me cure en tres días”. Después ganó todo. Su personalidad derrotó a la soberbia del filósofo. Así y todo, en Argentina, importa poco y nada su trayectoria. Hablan de Milito, sin parar la pelota. Se ganó el respeto de casi todo el viejo continente. Pero acá los gestos, sus gestos, no son noticia.

Desde 1999, cuando el perfume francés del Olimpique de Marsella lo tentaba, aún cuando Independiente ya había aceptado la oferta, el juvenil se plantó: “Yo sólo me voy a ir cuando salga campeón“. Lo cumplió en diciembre de 2002. En julio de 2003 prometió volver. Aquí está. Por ese entonces, resignó 150 mil dólares para que su transferencia se haga efectiva. Nunca lo hizo público. Hoy, minutos antes de firmar su contrato, le seguían entrando llamados. “No firmes”, lo tentaban desde Europa. Ni siquiera Leo Messi, ese gran amigo, lo pudo convencer. Milito apagó el celular y encendió la ilusión.

Ahí está el Gaby, llegó, después de tantas bombas de humo que explotaron por Avellaneda. Ahí está Milito, el último defensor de la pelota. Siempre una acaricia, o un pase (al pie o al hueco) y, de vez en cuando, una patriada. Nunca la revoleó. En este revoltijo de defensores pincha-pelotas que está de oferta en la actualidad, Milito vale porque jamás golpeó pelotas. Se ríe ante las críticas, sólo él sabe lo que es anular por casi una década a los mejores pensadores del mundo del balompié.

Sólo él sabe que no es sencillo eso de ordenar con dos o tres gritos a las más férreas defensas del mundo. Sólo él sabe cuán difícil es recuperarse de dos roturas ligamentarias y tres artroscopías y tener que volver al ruedo después de 18 meses de retiro involuntario. No guardó el equipaje, pero ya avisó que el miércoles quiere empezar a ganar la Copa. Y se calzó la cinta de capitán, esa que enviudó desde el retiro del Bocha. Vaya paradoja: Milito, otra vez, anticipándose a todos.

Gabriel Milito. Gabriel Milito.

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