Estuviste toda la semana pensando en el sábado. Hiciste cola para conseguir tu bono y al obtenerlo te diste cuenta de arranque que ibas a sufrir, que todo estaba atado con alambre y que el milagro tenía que ser enorme. Sin embargo y como de Independiente se trata pediste “Una hazaña más”. Seguro te preparaste para lo peor, avisaste a tus seres queridos que el sábado era distinto, pero que ibas a estar ahí.
Estoy convencido que no dormiste. Yo tampoco. Te levantaste el sábado sólo pensando en este sábado. En esas horas que ibas a estar en el Libertadores de América al lado del que siempre estás. Tu hijo, tu hermano, tu viejo, amigos, algún sobrino y hasta quizás pensaste y te ilusionaste con no lagrimear, pero sabías que eso era imposible.
Te calzaste tu atuendo cábala o el que te pintó. Te pusiste el escudo en alguna prenda. Te importaba un huevo todo lo demás. Era Independiente, vos y a lo sumo el que te acompañaba. Puteaste por el operativo nefasto y de inseguridad que todos los días de partido prepara la Policía incompetente que tenemos. Hiciste cola o quizás llegaste bien temprano para no tener problema.
Ocupaste tu lugar, miraste al cielo, le pediste a él y seguro fue tu primera lágrima. A algunos, como a mí, ya se me había caído al irme de casa y dejar a mi hijo con sus cortos añitos y la sensación de ser un indefenso total que llevaría la mochila también toda su vida. Ojo, nació campeón y eso no se lo quita nadie, al igual que la grandeza eterna.
Ya en la popular o en la platea sentiste el temor y el nerviosismo de todos. Recordaste épocas gloriosas y te enojaste con los de hoy que no encaran para adelante. Recordaste títulos lejanos y odiaste tener presente los partidos que se nos escaparon en este torneo que adelantaron la caída.
Por fin comenzó el partido. El griterío y la pirotecnia te pusieron en clima. Pero al rato el gol de San Martín de San Juan te trajo el pánico. El miedo a lo desconocido imposible de manejar. Dijiste ya está y te olvidaste de todo nuevamente. Gritaste por amor a los colores y a un club que nos supo regalar gloria tras gloria. No te olvidaste de la lacra que nos metió en esto. Y ahí te quebraste.
Te vi llorar… y te importó un carajo el gol del Ciclón. Te vi llorar y me mataste. Te vi llorar y no te diste cuenta que estaba tu hijo al lado que quizás sólo te había visto llorar una vez y fue ese odioso día en el que el barbudo se llevó a la abuela. Sí a tu vieja. Y al toque te vi llorar y vi en tus ojos al abuelo. Cuántas tardes gloriosas habrás vivido con él. Hoy te toca vivir conmigo esta tristeza enorme pero que nos mantuvo bien unidos al grito de “Orgullo Nacional”.
Te vi llorar y abrazarte con tu amigo desconsoladamente. Lo miraste y le dijiste gracias por estar acá conmigo y él te devolvió su mirada cómplice de siempre. Y a vos también y eso que la que lloraba agarrada a tu brazo era tu nena. Sí, la que quizás nunca pensaste que entendería esta pasión y tendría ganas de ir al shopping, se aferró a vos al Rojo y te demostró que es un sentimiento que no puede parar y revoleó la campera que llevaba.
Te vi llorar desde cada rincón de la cancha. Al vitalicio que le dijo al otro antes de empezar el partido: “Acá jugó cada crack, te acordás de Grillo”. Y al que se colgó del alambrado porque se quería meter a defender los colores en el campo de juego.
A todos vi llorar. Los vi abrazarse y darse un beso de ánimo con gente que nunca más, quizás, vuelvan a ver en la vida, pero con firmeza se prometieron volverse a encontrar allí mismo con el equipo en cualquier lugar.
Te vi llorar y te fuiste aplaudido por vos mismo. Por la grandeza que te rodea. Les demostramos a todos lo gigante que somos. La policía vino al pedo. Los medios periodísticos sólo retrataron la grandiosa vida de este glorioso club, porque las páginas amarillas se las dejamos a los equipos chicos que rompen su casa o abandonan. Es que en Avellaneda, el hincha del Rojo siempre lloró de alegría porque ni finales ha perdido.
Me vi llorar en el reflejo de tus lentes y entendí que esta pasión es lo más lindo que tengo en la vida. Es el vicio que me hace sentir que pertenezco a un pedazo de la historia. Mi grito de guerra tiene en la tribuna un espacio especial. Me vi llorar y me sentí orgulloso de cada uno de todos nosotros. Gracias por hacer grande al Club Atlético Independiente, gracias por dejarme ser. Que estas lágrimas sirvan para que todos entiendan qué somos y qué queremos. Tenemos que volver mañana y sentar las bases nuevamente. No hay que esperar más. Te amo Rojo de mi vida.