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Independiente demuestra una bipolaridad desconcertante. En la dura derrota contra Platense arrancó siendo dominador y ganando, pero terminó entregado y vencido. Dos caras de un Rojo perdido.

Un equipo ciclotímico y sin terapia salvadora a la vista

Independiente demuestra una bipolaridad desconcertante. En la dura derrota contra Platense arrancó siendo dominador y ganando, pero terminó entregado y vencido. Dos caras de un Rojo perdido.

Independiente demuestra una bipolaridad desconcertante. En la dura derrota contra Platense arrancó siendo dominador y ganando, pero terminó entregado y vencido. Dos caras de un Rojo perdido.

Hay una ciclotimia exasperante en este Independiente de Eduardo Domínguez. Dos personalidades se pujan en su interior y de a ratos se apoderan del protagonismo dejando al descubierto las dos caras bien opuestas de un equipo que está para el diván, pero que por ahora parece no tener una terapia que pueda enderezarlo. Y se viene el clásico.

Antes le pasaba de un partido al otro. El Rojo puede entregar señales de vida en algunos encuentros como en el debut de este torneo ante San Lorenzo (empató, pero mereció más), con Talleres y contra el bravo Estudiantes. Pero también puede desorientar al más orientado con actuaciones paupérrimas como ante Argentinos en La Paternal y con Patronato en Paraná.

Pues bien, ahora destrabó un nuevo nivel de bipolaridad: puede ser dos equipos totalmente diferentes en una misma noche. Le pasó contra Platense en el 1-3 sufrido en el LDA-Ricardo Enrique Bochini. Arrancó para comerse crudo al Calamar; sin embargo; lo perdonó, se lo empataron y terminó entregado en cuerpo y alma.

De pronto es Dr Jekyll, Independiente. Es Sebastián Sosa dando seguridad bajo los tres palos. Es Alex Vigo asociándose con Leandro Fernández por la derecha para ser productivo. Es Lucas Romero soltándose como interior para pisar el área, crear juego y hacer goles. Es Leandro Benegas y su contundencia. Es una versión que entrena buenos indicios aunque no termine de convencer del todo, claro.

Pero, de un momento a otro, aparece Mr Hyde y el Diablo se transforma en un verdadero caos. En Sosa e Insaurralde cometiendo errores de amateurs que cuestan puntos. En Iván Marcone, el hincha que juega con el corazón, pifiando en la salida y pagando con un gol en contra. En Benegas desperdiciando chances concretas. En Vigo tirando centros para que cabeceen las hormigas. En un mediocampo inconexo… Y, lo más preocupante, en un equipo sin compromiso, vencido.

Ante el primer golpe, todo el optimismo se esfumó e Independiente pasó de estar para ganarlo a que se lo diera vuelta un Platense que había arribado a Avellaneda para llevarse un punto. Omar De Felippe se dio cuenta de todo. Por eso sacó a Ruiz Díaz, un defensor, para meter a Tijanovich, un delantero, desarmar la línea de cinco defensores y animarse a irlo a buscar. Olfateó sangre Don Omar y su nariz no le falló.

Independiente -el Independiente malo- lo agrandó al conjunto de Saavedra que había sido dominado y doblegado por el Independiente bueno en gran parte del primer tiempo. Lo peor es la falta de reacción ante la adversidad. Hace una eternidad que no da vuelta un partido cuando va perdiendo. Y encima ahora pierde los que va ganando.

Domínguez no logra, en medio de un contexto hostil por la falta de garantías de una dirigencia sin respuestas, ser el terapeuta de un grupo de jugadores desconcertados. No puede generar un orden táctico ni tampoco fomentar una base anímica sobre la cual apoyarse para luego construir lo futbolístico. Cada vez que parece avanzar un casillero, retrocede diez. Y el crédito se le va achicando. Por más buen entrenador que pueda ser -nadie lo duda-, está quedando preso de un club desorganizado estructural y políticamente y las manchas de barro ya comienzan a salpicarlo.

¿Cuál es el verdadero Independiente? ¿Dr Jekyll o Mr Hyde? ¿Aquel que gana y de a ratitos gusta? ¿O ese que deambula sin sentido y sin ideas en el campo? Un caso para el diván, que necesita una terapia milagrosa.

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