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La jugada del final que tuvo como protagonista a Sosa y la defensa decantó en una nueva derrota de Independiente

Un error que va de la mano de la realidad

La jugada del final que tuvo como protagonista a Sosa y la defensa decantó en una nueva derrota de Independiente

Independiente perdió ante Lanús por la fatídica jugada en el último minuto. Pero la falla no está descolgada de un contexto oscuro que, con o sin rotación, tira al equipo cada vez más hacia el fondo.

Independiente cayó en la Fortaleza por una falla puntual en el último minuto de un partido que repartió bostezos en la fría noche sabatina. Eso podría aseverarse sin miedo a estar pifiando en el comentario del 1-0 de Lanús sobre los dirigidos por Eduardo Domínguez. Sin embargo, esa jugada fatídica con responsabilidad defensivo, pero con una gran cuota de culpa en la mala salida del arquero Sebastián Sosa que terminó en el gol de Angel González no es una secuencia aislada; es un eslabón de una larga cadena que enrolla a la oscura realidad futbolística -e institucional, claro- del club de Avellaneda, que pase lo que pase parece no poder salir del pozo cada vez más profundo.

El cero a cero estaba sentenciado en la cancha del Granate. Un encuentro en líneas generales parejo, con algo más de insinuación de parte del local, estaba destinado a la repartija de unidades. Hasta que Leonel Di Plácido vio el hueco en la defensa visitante y González le marcó el pase, que fue perfecto entre el central y el lateral, donde el espacio era abismal.

Esto lo coronó la salida en falso de Sosa, quien se apresuró en adelantarse de su valla, pero llamativamente quedó a mitad de camino. No hizo ni una cosa ni la otra: no cubrió el arco y tampoco salió decidido a cortar al rival. Y así le dejó todo el lugar para definir sin problemas. Garrafal y lapidario error, sí, aunque nada sorprende en este Independiente que vive en penumbras y se está acostumbrando a las frustraciones y a la mediocridad.

Es que esta nueva desazón está inmersa en un contexto del que difícilmente algo bueno pueda surgir. Se dijo la semana pasada: el Diablo depende puramente de individualidades, porque desde lo colectivo tras 17 presentaciones nada puede sacar en concreto. Y eso es lo que lo pone a su entrenador, Eduardo Domínguez, entre los responsables, más allá de que no sea el primero en la lista de apuntados, lógicamente.

El DT optó por aplicar finalmente una rotación en la competencia local, en la cual ya no tenía chances de clasificación. El objetivo fue cuidar piernas y pulmones para el cruce copero del martes en Paraguay en donde otra vez tendrá que ganar para aspirar a pasar de fase en la Copa Sudamericana, la meta anual. No resultaba descabellada, entonces, la determinación del técnico. Más aún teniendo en cuenta que enfrente, Jorge Almirón planeó algo similar.

La cuestión no estuvo en modificar las piezas. Es más profundo que eso. Porque si Domínguez hubiera logrado inyectar una idea en todo este tiempo de trabajo, la misma no debería alterarse (o al menos no de modo considerable) ante una rotación. Pero justamente ahí está el foco, en la ausencia de una identidad futbolística, de una línea de juego en un equipo que salta de un esquema a otro, de apellido en apellido, tratando de ver si en algunas de esas variantes encuentra un funcionamiento masomenos digno. No hay caso.

Independiente volvió a mostrar lo mismo que en lo que va de este semestre negativo ante Lanús. Falta de creatividad, de sociedades, de cambio de ritmo. Ritmo, palabra clave. El Rojo carece de explosión. Juanito Cazares debutó de entrada, manejó con criterio el balón, aunque a velocidad de segunda y jamás subió la marcha ni se involucró para pisar el área. Leandro Fernández vue más valioso en la recuperación que en la zona de fuego, donde brilló por su ausencia. Al pibe Julián Romero nada puede machacársele.

El único que intentó alguna gambeta en velocidad y estuvo cerca en la primera parte fue Gastón Togni pr la izquierda. Anticipó, cortó y encaró, dejó a dos defensores de Lanús y disparó cruzado y desviado. Por el medio, nadie acompañó, lo dejaron solo. Fue el único rebelde y desfachatado que sintió la necesidad de romper la estructura (jugó como volante interior) y mandarse. Valentía, algo que le falta a la gran mayoría del plantel.

Eso, algún remate de Saltita González desde afuera y nada más. Independiente, con o sin rotación, es eso y siempre eso. No evoluciona. No muta. No mejora. Ni siquiera por vergüenza. Mucho menos por convicción. Por eso, el error del final, si bien fue lo que terminó llevando a una nueva derrota en el torneo local, no es algo descolgado; se engancha en una realidad dolorosa y agobiante que puede empeorar al concluir esta fecha: si Rosario Central le gana este lunes a Huracán, el cuadro de Avellaneda quedará último en su zona. Todo dicho, nada hecho.

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