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Paradójicamente, a Independiente le jugó en contra quedar con ventaja numérica ante Banfield porque eso dejó al descubierto todas sus limitaciones. Once contra diez mereció perder y dejó una imagen negra.

Un jugador más; varias ideas menos

Paradójicamente, a Independiente le jugó en contra quedar con ventaja numérica ante Banfield porque eso dejó al descubierto todas sus limitaciones. Once contra diez mereció perder y dejó una imagen negra.

Paradójicamente, a Independiente le jugó en contra quedar con ventaja numérica ante Banfield porque eso dejó al descubierto todas sus limitaciones. Once contra diez mereció perder y dejó una imagen negra.

En cinco fechas lo único que evoluciona en Independiente es la preocupación. Va de menor a mayor y por ahora no tiene techo porque el equipo juega cada vez peor. Y todas sus falencias quedaron más expuestas que nunca sobre el campo del Florencio Sola cuando Germán Delfino expulsó a Coronel de Banfield. Una roja que debería haber beneficiado al Rojo provocó todo lo contrario y le terminó volviéndose un padecimiento durante casi 80 minutos. Los dirigidos por Leandro Stillitano tuvieron uno más, pero varias ideas menos.

El empate resultó demasiado premio para este Independiente improductivo, temeroso, errático y apático. Y a la falta de juego, de sociedades, de creatividad, se le suma lo único que para el DT es innegociable: la falta de coraje, de ganas.

Ni con personalidad pudo maquillar el Diablo sus limitaciones para hacer uso de la ventaja numérica con la que dispuso durante el 90 por ciento del partido. Se puede jugar mal, claro. Se puede tener una noche negra donde nada sale, donde las imprecisiones gobiernan las piernas. Pero no se puede ni siquiera intentar patear al arco, aunque sea por vergüenza deportiva.

Independiente no pateó al arco ante el Taladro, que con actitud y empuje suplió el futbolista de menos que tuvo en su estadio. Tanto que hasta por momentos parecía que a quien le habían expulsado un jugador había sido al visitante.

Stillitano había optado por cambiar de esquema para afrontar este encuentro de la quinta fecha. Pero el 5-2-3 quedó rápidamente obsoleto porque el plan del partido cambió con la roja al hombre de Banfield. Sanguinetti se vio obligado a sacar a un delantero y rearmarse en un 4-4-1. El DT rojo debía también mover sus fichas. ¿Para qué mantener a tres centrales para marcar a un solo delantero? Tardó 15 minutos en llegar la reacción desde el banco y se dispuso el ingreso de Juanito Cazares para que saliera Damián Pérez.

El ecuatoriano no marcó la diferencia, pero fue el único que puso un pase productivo en toda la noche: en el primer tiempo filtró una pelota para el pibe Nicolás Vallejo, quien definió apurado y mal frente al arco y con una marca encima. Esa fue una de las dos acciones de riesgo que contabilizó Independiente en lo 90 minutos. La otra se dio en el segundo tiempo y tuvo de protagonista a un Martín Cauteruccio que recibió en el área, tardó en controlar y la tiró afuera.

Demasiado poco para tanta ventaja. Stillitano mandó a dos juveniles como Hidalgo y Márquez al ataque. Formó un 4-2-4 que no hizo más que constatar que acumular delanteros no siempre significa atacar más. Independiente quedó partido en dos, peor que antes. Si ya no había conducción, luego de los cambios menos.

Ni Marcone, ni Cazares, ni Barcia (en la primera parte) se hicieron cargo de tomar el timón del equipo. Nadie dio la cara sobre el césped. Tampoco hubo remates al arco cuando la fluidez de juego no aparecía. El rival lo complicó con uno menos más de lo que el cuadro de Avellaneda hizo con uno más.

No hubo mediocampo. Tampoco desbordes. No hubo sociedades. Tampoco individualidades. Hubo nerviosismo, desorden, imprecisiones alarmantes y un notable hundimiento anímico que fue lo que dejó mayor preocupación en un Independiente al que no le resultó nada beneficioso verse con un jugador demás.

Toda una paradoja, pero también toda una realidad de un equipo que sigue sin un rumbo establecido.

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