Connect with us

Y vos, ¿cuál gritaste más?

rolfi montenegro

Un gol a Racing no es un hecho simple, no es como otros. Un gol a Racing es palpar el placer, es sentir un cosquilleo de alegría inmensurable, de un sabor único.

Los viviste, los disfrutaste, los sentiste en la piel, en cada galope del corazón. Cerrás los ojos y todavía ves como se infla la red, como se estremece la popular y como el aire se agrupa en un solo grito, el grito de gol. Lo sentís en tus oídos, ¿cómo lo vas a olvidar?

Se lo vas a contar a tus hijos, a tus nietos, hasta a tu novia o a tu mujer. Los goles a Racing te marcan, te conmueven, te estremecen. ¿Te acordás de estos?

Aquel 19 de noviembre, un purrete desprolijo empezaba a cultivar el eterno amor entre su magia y la gente. En cancha de Boca, Ricardo Enrique Bochini, convertía su primer gol en Primera División, sí, justo ante los vecinos. Con apenas 18 años no le temblaron las piernas para enfrentar a Ubaldo Matildo Fillol: toque suavecito y a cobrar. Iban tres minutos del segundo tiempo. El Rojo perdió 2 a 1, pero el Bocha empezaba a tejer una historia llena de encanto.

Hablando del Bocha, cómo no haber visto, aunque sea por televisión, uno de los mejores goles del 10 en una cancha de fútbol. Fue el 17 de agosto de 1978. El fútbol se había dormido una siesta y el clásico se tornaba aburrido. Pero apareció Bochini, previa pared con Leone, y colocó la pelota al palo izquierdo de Cejas cuando intentaba achicar.
Si andás cerca de los 30 años, por ahí te acordás del 2 de julio de 1980. El clásico se iba muriendo y el cero en los arcos parecía inquebrantable. Los hinchas de Racing empezaban a festejar el empate, algo que los acostumbra, pero no contaban con un uruguayo desgarbado, tan rápido como letal. Larrosa le pegó al arco, la pelota dio en Suárez y ahí estaba él: Antonio Alzamendi, en el lugar indicado y el momento preciso. Gol, lujuria y extasis. 1 a 0, sobre la hora, ¿qué más se puede pedir?

Casi tres años después, más exactamente un 22 de diciembre, Racing sacaba fuerzas de donde no tenía y aguantaba el 0 a 0 en la Doble Visera. Quería despedirse de la Primera División dejando a su eterno rival, a su padre, sin el título Metropolitano. La primera parte se iba, y la desesperación empezaba a tomar parte de los corazones rojos. El Bocha recibió la pelota de Nestor Clausen, amagó el pase a Percudani y acarició la pelota en profundidad para Giusti. El Gringo sólo tuvo que acertar el derechazo. La pelota se clavó como una estaca en la red y en todos los corazones de los hinchas de Racing. Rodríguez quedó abatido, tan abatido como el rival de toda la vida.

O quizás gritaste más el segundo, el de Trossero. Racing estaba groggy, aturdido, y el Vikingo terminó de matarlos. Tomó la pelota sobre el sector izquierdo, a unos 30 metros del arco de la visera, y no dudó. Su potente misil sorprendió a Rodríguez. El Rojo era más campeón que nunca. 22 de diciembre de 1983, prohibido olvidar: ¿te acordás, Racing?

Si estuviste el 30 de noviembre de 1986, sos un privilegiado. No muchas veces se vio dentro de una cancha de fútbol semejante muestra de magia futbolística. Ese día sus piernas estuvieron hechizadas como siempre, pero tenían un repertorio más exquisito que el de costumbre. El partido terminó 2 a 2, pero el espectáculo estuvo en otro lado. A los 16 minutos del segundo tiempo, el ángel bajó la pelota mansamente en la medialuna del área, levantó la cabeza, vio a Wirtz apenas adelantado y empaló la pelota por sobre su cuerpo, la hizo subir y bajar en apenas unos segundos, con la fuerza justa y la ubicación ideal. La fuerza fue la suficiente. Ese ángel usaba la 10, y se llamaba Ricardo Enrique Bochini.

Nos cargaban por los 11 años sin ganarles, veníamos de ser campeones y los teníamos que enfrentar en su cancha. Fue un 18 de septiembre de 1994. A 36 minutos, Perico Pérez había marcado el 1 a 0 de penal, pero la enajenación llegó a los 44. Gustavo López llegó al área por el sector izquierdo y sacó un zurdazo mortífero para Ignacio Gónzalez. 2 a 0, resultado final, carnaval, locura y chau racha.

A vos que sos más jóven, cómo no te vas a acordar de  José Luis Calderón. Los tuvo siempre de hijos: con el Rojo, con Estudiantes, con Arsenal. El 9 de marzo de 1997, el clásico se desvanecía. El empate en un gol, y de visitante, nos dejaba mejor parados. Racing dilapidaba una chance tras otra. Pero el destino nuevamente nos dio la alegría. El Toro Acuña tomó la pelota en el mediocampo, la abrio hacia la derecha para Calderón y el goleador, con su pierna menos hábil fusiló a Wálter Cáceres. Se besó la camiseta y corrió alocadamente jusnto a sus compañeros. Tan alocado como el festejo, como el regocijo de volverles a ganar.

Otro que los tiene alquilado, el Rolfi. Cómo olvidarse de ese campeonato, si salimos campeones jugando un fútbol por momentos brillante, lúcido, esplendoroso. El clásico se jugó en cancha de River, un lunes. Fuimos visitantes solo en las estadísticas: en las tribunas reventamos todo, y en el verde césped Eluchans corrió por izquierda y levantó la pelota para Montenegro. La bajó en la medialuna del área y con un terrible misil la acomodó junto al palo derecho de Campagnuolo. Era el tercero, el 3 a 1. Luego vino el cuarto, la fiesta y el delirio.

Los más recientes, los del Kun, los de nuestro último ídolo. El primero, el 11 de septiembre de 2005, día destinado a las tragedias. El partido estaba acabado, ganábamos 3 a 0, con baile, con fiesta. Ellos se quemaban, dentro y fuera de la cancha. El 10 tomó la pelota en mitad de cancha, luego de un rechazo defectuoso de Pautaos. La bajó con pasta de crack y empezó el recorrido con destino de gol. Llegó hasta el área, ahí lo esperaba Crosa, quizás su peor error en su carrera futbolística, Agüero lo miró, y se empeño en romperle la cintura. Sus piernas bailaban endemoniadas al ritmo del “olé”, lo dejó tirado y definió de zurda al palo izquierdo de Campagnuolo. Golazo. Tan impresionante como orgásmico.

Los otros dos fueron el 22 de noviembre de 2007. El primero un zurdazo letal, inatacable desde afuera del área. El otro, el mejor: recibió un pase de Ustari, y encaró sobre el sector izquierdo del área grande. Campagnuolo salió apurado y quedo en ridículo junto a Schaffer. Agüero desparramó su magia y el grito de gol estalló en la popular visitante. 2 a 0 y abandono. Otra vez carnaval Rojo de un lado y amargura académica del otro, otra vez la historia se volvía a repetir. Ojalá que éste sábado la tradición siga siendo la misma: goles, carnaval, euforia y marea roja.

Vos, ¿qué gol gritaste más?

Lucas Sawczuk  para Infiernorojo.com

Advertisement
Connect