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Gallego-Menotti, una relación con vaivenes

menotti gallego

Son distintos pero iguales. El alumno es robusto, trigueño y bajo. El maestro flaco, pálido y alto. Mientras el primero conjuga mal los verbos e hilvana mal las frases, el segundo juguetea al elegir los vocablos a gusto y píacere. Uno de ellos es preciso y escueto. En cambio el otro es extremadamente verborrágico y suele divagar en el mundo de los razonamientos.

No hace falta delinear quien es quien. Sólo es pertinente aclarar que Américo Rubén Gallego detesta tirar el achique. En contrapartida, César Luis Menotti lo práctica hasta el hartazgo. A la vista está que, entre ambos, existen diferencias futbolísticas siderales. Sin embargo, la filosofía que pregonan sustancialmente es la misma.

“Es el mejor. Lo tuve como entrenador. Me habían dicho que se iban a reunir con él, pero no que iba a agarrar ahora. Pero, bueno, todo lo que venga de César será bienvenido“. La frase corresponde al Tolo Gallego. El referente del mensaje es el Flaco Menotti. Ganaron el Mundial 78, se toparon en River, pero juntos no conquistaron nada más. Transcurrieron más de treinta años, es mucho tiempo. Más de treinta años con alegrías y miserias, con aciertos y errores. Los dos, cada uno por su lado, hicieron su carrera. Hoy la vida y el fútbol, los imponderables e Independiente los volvió a juntar.

Es justo explicitar que el objetivo de esta nota, bajo ningún punto de vista es polemizar o sembrar discordia acerca de una eventual mala relación entre ambos. Pero resulta ineludible escaparle al siguiente testimonio hallado en las inmensidades de los archivos. “Lo sigo saludando, pero ya no hay un feeling como hace veinte años atrás, cuando César me decía: ‘Usted no es jugador de selección, usted es jugador de Menotti’. Nos distanciamos cuando llegó a River y me relegó. Me sentí defraudado por César (…) entregué todo, pero me hizo a un lado. A pesar de eso, soy un agradecido con él y lo seré siempre”. Gallego, un mes antes del Mundial 98, no dudó en lavar los trapitos al sol y le confesó al diario La Nación toda la interna.

Ahora, once años después, la anterior frase actúa como una luz radiante que ilumina lo que, a simple vista, pareció una reacción un tanto rara en el Tolo (”Ojo que acá el técnico y el que arma el equipo soy yo”, sentenció tajantemente Gallego el miércoles). Al parecer, si no lo hicieron antes, es la causa justa para limar algunas asperezas para nada insalvables.

Son distintos pero iguales. El paladar los une, Dios la cría y el Rojo los junta.

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