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A soñarlo otra vez

“Viejo, ¿y cómo eran esas ‘batallas’ de las que vos me hablás por Copa Libertadores?”, dijo el pibe, que siempre preguntaba por Independiente y soñaba, como alguna vez lo hizo su padre, con ver en Mitre 470 la octava maravilla en las vitrinas, con tener esa posesión que, se sabe, coquetea otra vez de cerca, buscando otra vez su rumbo hacia Avellaneda.

“Son indescriptibles, cabezón. Batallas de las que ahora no se ven. Pero lo de este martes, por ejemplo, es uno de esos momentos a lo que tenés que sobrevivir. Yo sé que lo llevás en la sangre y, desde acá, vamos a acondicionar la casa para que los jugadores sientan que estamos allá con ellos. Porque estas copas, mi hijo, se ganan así: con apoyo incondicional, unión, humildad y los huevos que nunca nos faltaron para ganar las siete finales que tuvimos”, contestó el padre, mientras le acariciaba la cabeza al pibe, que lo miraba con los ojos vidriosos, mientras su mente viajaba hasta Quito para darle un abrazo imaginario a cada uno del plantel y, sin saberlo, contagiar ese hambre de gloria que respira cada poro rojo.

Este martes, otra vez, Independiente va por más, por dar otro sorbo de esa copa que nos tiene obnubilados, presos de una ilusión que nos esperanza con despertar del todo y que todo el mundo, otra vez, sepa de ese gigante de Avellaneda, el auténtico y único Rey de Copas de la Argentina, ese mismo que forjó su historia a base de agallas, paladar negro y el exquisito gusto por los torneos internacionales.

El perfume de la mística llegó a Quito para impregnarse en la camiseta roja. Hay que ganar con la magia y la pierna templada de antes y con el corazón de ahora, de la mano de ese Turco loco que nos devolvió la alegría, junto a ese plantel guerrero, que conoció las tinieblas para resurgir y llevar el nombre de Independiente a lo más alto de Sudamérica. Hoy vamos por más, porque queremos, otra vez, tener a todo el continente rendido a nuestro pies e ir, como ya lo hicimos dos veces, a levantar nuestra bandera por el mundo.

Este es el año del despegue definitivo, donde Independiente tiene que ponerse de pie. Entre todos los hinchas, como siempre que las cosas fueron mal, lo tenemos que hacer posible. El contagio tiene que ser un efecto dominó, para que cada jugador salga a la cancha como el más fanático. Con el sudor de ellos y el aliento nuestro, vamos a volver a conquistar a esa copa hermosa que hoy duerme, incómoda, con un brasileño.

El viejo amante de la Libertadores volvió. Va caminando lento, pero seguro. Sabe que tiene que esforzarse para recuperar su amor. No será fácil, pero con la unión lo vamos a hacer realidad, como ya hicimos con la Sudamericana. En Independiente no hay imposibles, contamos con el mejor arma del continente: la mística.

Mientras, en esa casa, el padre ya siente los nervios, al mismo instante que el pibe corre a su habitación en busca del trapo que colgará desde la escalera.
La madre mira, sin entender ni a su marido ni a su hijo. Claro, ella apoya casi a la fuerza, pero no sabe lo que es la pasión. Los equipos están en la cancha, la camiseta roja fulgura Quito y desde esa casita, tan lejana a la cuestión de la pelota, dos voces gritan al unísono: “…lo único que quiero es ver al Rojo campeón, de la Libertadores…”. Cueste lo que cueste, como sea. Volvé a soñarlo, volvé a cumplirlo. ¡Vamos Rojo, carajo!

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