No es un domingo más, el aire tiene otro perfume, las cosquillas en la panza se hacen eternas y las risas saltan solas. Los silbidos entonan las canciones más lindas jamás escuchadas y allí está ella, planchadita esperando. La abrís y la volvés a observar, contemplás su hermosura y la revoleás por encima de la cabeza, das unos saltitos y te sacás el buzo. Ahí está, calza a la perfección en tu cuerpo, te acaricia el alma esa camiseta roja que deseabas ponerte, no te importa el sufrimiento, los malos momentos, las desidias, la querés como siempre, como nunca antes.
Mirás el reloj y falta una eternidad, pero tus nervios se hacen notar en tu estómago. Hay un nudo que te parte el plexo en dos partes. Ella se ve cada vez más reluciente en tu pecho, si hasta ese escudo –el mejor del fútbol argentino- coquetea con los latidos de tu corazón. Se mancomunan para hacerte sentir vivo, para que sientas y palpes lo que es la
pasión.
No sos vos, es él. Es Independiente el que te lleva a esto, es el Rojo el que te devuelve el alma después de tres meses de sentirte vacío. Ni la Selección, ni el Mundial. El corazón no se divide, no se permuta, no se presta. Él sabe que la pasión es una sola, que regodea con un sentimiento único e incomparable.
Las agujas se acercan al punto que deseas. Agarrás la bandera de palo y salís para la cancha. No hay mundo a tu alrededor, sólo voces que imaginás, que se multiplican por miles y cuando te querés acordar estás como un loco, saltando en el medio de la calle, solo o con un grupo de amigos, con tu hermano o tu viejo.
Caminás y caminás. Cantás, vibrás, viajás en tu propio viaje de placer. Te transportás en la lujuria diabólica que envuelve tu alma roja. El fuego sagrado de tu pasión se retroalimenta con el paso del tiempo. Más fieles siguen tu camino, se suman a tus gritos, se entremezclan entre voces desaforadas que se sumergen en multiples sueños, ilusiones y quimeras.
Ya estás ahí, el cemento se mueve, vibra, toma vida. Vos te fundís en él. La piel se eriza, mirás el cielo y agradecés este momento, como en cada inicio de campeonato, como cada vez que esperás que once camisetas rojas salgan a regar el césped de sudor. Ellos levantan los brazos, vos elevás tu plegaria y le agradecés a la vida por ser de Independiente. Inflás el pecho, le sonreís al del al lado y esperás el silbatazo inicial. No hay pasión más grande, no hay un sentimiento que pueda explicar este fenómeno. Sólo se sabe que se llama Independiente y que vos sos uno más de los millones que sienten lo mismo.
