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Mauricio Isla marcó el 1-1 ante el Decano.

Domingo de crucifixión

Mauricio Isla marcó el 1-1 ante el Decano.

Fue una Pascua sin convencimiento y sin huevos para un Independiente que no pudo en su cancha con el último de su zona. El Rojo carece de ideas y ya no muestra la intensidad del inicio de la era Tevez.

Lejos de ser de resurrección, el domingo de Pascuas para Independiente fue de crucifixión. Preso de sus limitaciones futbolísticas y mentales, el Rojo apenas consiguió un empate agónico ante un rival visiblemente inferior como Atlético Tucumán, que es el único que aún no ganó en lo que va de la Copa de la Liga. Carlos Tevez no logra que sus muchachos se muestren convencidos de lo que juegan y sigue acumulando magros resultados. Quedó al borde del precipicio.

Desde el primer minuto el conjunto visitante dejó ver sus falencias. Era visible la endebleza de un elenco que había llegado a Avellaneda envuelto en dudas. Pero se terminó volviendo al Norte con un punto y muchas más certezas. Los jugadores de Atlético perdían cada pelota dividida y en el uno contra uno. La resistencia era muy floja y todo quedó rápidamente en manos del dueño de casa, como era de esperar.

El problema más grave de Independiente fue que nunca asumió ese rol protagónico. Una vez más cayó en las garras del miedo escénico. Daba la sensación que si apretaba el acelerador, el Diablo podía llevárselo por delante al Decano. Pero eso no sucedió porque Independiente jamás se percató de que tenía la llave del partido. Y si se percató, peor aún, nunca supo qué hacer.

Con nada, literalmente, Atlético lo vulneró en una jugada de tres toques en la que un pase al medio desde la izquierda terminó con el gol de Bajamich ante una suma de distracciones de una defensa que marcó en cámara lenta.

Nuevamente, el planteo inicial de Tevez no funcionó. Carlitos buscó darle continuidad a lo bueno de Alex Luna y de Javier Ruiz contra Laferrere por la Copa Argentina, algo positivo. Por este motivo lo dejó a Lucas González, recuperado de un golpe en un pie, en el banco. Y puso a Ignacio Maestro Puch por un bajo Alexis Canelo, en el ataque.

Lo más llamativo fue el posicionamiento de Federico Mancuello como volante derecho en el 4-1-3-2 que dispuso el Apache. Mancu nunca sintió ese lugar de la cancha y por naturaleza tendió a tirarse al medio. Así, se encimaba demasiado con Ruiz, que no se abría por la derecha para rotar y generar sospresa. Por eso, a Mauricio Isla le faltó mayormente un socio por ese costado.

Otra cuestión fue la soledad de Iván Marcone en el círculo central. El capitán no estuvo asistido por nadie para la recuperación. Y, si bien está en un muy buen nivel en 2024, Marcone no puede hacer todo y en la noche del domingo quedó muy solo en la contención, dejando al equipo quebrado en dos. Tevez intentó remendar esto en el segundo tiempo con los cambios, aunque ya la premisa era la de tirarse de cabeza al empate, con más fuerza que ideas, y eso dejó al Rojo jugado en el fondo. Por caso, los tucumanos tuvieron un par de chances de contragolpe para liquidarlo.

Otra curiosa decisión fue la de sacar a Gabriel Avalos en el entretiempo para meter a Saltita. El guaraní no había tenido casi situaciones de peligro (apenas un cabezazo en el final de la primera parte) por la pobre producción colectiva. Pero su presencia siempre es intimidante para la defensa de enfrente y sacar a un goleador cuando se busca imperiosamente revertir un resultado no deja de llamar la atención.

Todos estos constantes cambios de un partido al otro y dentro de un mismo encuentro atentan contra la construcción de un convencimiento sobre una idea. Independiente no es un equipo convencido. Carece de convicción. No tiene en claro a qué tiene que jugar. Y, para colmo, ya no demuestra la intensidad que tenía en las primeras presentaciones del semestre pasado cuando llegó Carlitos. Una Pascua sin huevos y sin fútbol.

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