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Dueños de Avellaneda

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Una vez más la gente de Independiente se encargó de demostrar quien manda en el barrio, copando la popular visitante con gritos ensordecedores y con una fiesta digna de un club grande que llena en todos lados y se divierte con su hijo.

Desde temprano, recorriendo los alrededores del estadio Juan Domingo Perón, se respiraba ese aroma a clásico. Aquellos que conocen Avellaneda y, sobre todo, el sector de las dos canchas, sabrán de la euforia de las horas previas a un Racing-Independiente  con la se que suele escapar al letargo sepulcral de la zona.

A medida que la gente se acercaba al estadio se comenzaban a escuchar historias. Hinchas que venían desde pueblos como Mercedes, Rojas (a 850 km de Buenos Aires), Mar del Plata, entre otras. Padres, hijos y abuelos, unidos por una misma pasión. Todos vestidos con el escudo al frente, como signo de pertenencia, como icono de un amor incondicional.

¿Qué llovía y hacía frío? Nunca fue un impedimento. La hinchada de Independiente tuvo el mejor remedio: Banderas, paraguas, bombos, trompetas, aliento y más aliento. Los gritos se escuchaban desde toda Avellaneda y eso que en la cancha eran poco más de 5000 almas rojas.

“Si no la alquilás Academia, vos no la llenás”, fue el hit del domingo. Y el que le peleó el primer puesto fue: “Que el periodismo ya no mienta más, mirá como alienta la Guardia Imperial”. El primero de los cánticos es en referencia a los afiches que colocó Racing y que trajo mucha cola hace un par de semanas. El segundo con una cuestión mediática. Obviamente, el otro que subió al podio fue el inolvidable: “Vos sos de la B”.

Antes de comenzar el partido el duelo de hinchadas fue claramente ganado por los visitantes. Era un vaticinio de lo que se vendría. Para colmo, Racing demostró que la cancha le queda grande y los espacios en blanco fueron una constante.

Los globos, los papelitos y el “Dale Ro” se adueñaron de la escena cuando el equipo del Tolo salió a la cancha. Ovación para todos y el pedido unánime de victoria.

Si la tribuna del Rojo ya era una fiesta, como describir el delirio desatado con el primer gol del “Chipi” Gandín. Abrazos multitudinarios, la avalancha inolvidable (más tarde quedará como anécdota de aquellos que ayudaron a construirla), los agradecimientos al cielo y el “gracias viejo por hacerme hincha de Independiente” que seguramente algún hijo le dedica a su padre.

Media hora más tarde, aproximadamente, otra vez la garganta se infla, se pone roja y se hace escuchar. Gandín, el goleador y figura del Rojo, cambia por gol el penal para estampar el 2-0. A partir de ahí y con cada avance de contra del Tolo Team´s, la gente se vuelve loca. Festeja y no para de saltar. Lo de Racing pasa a ser tragicómico. No hay remedio para la desazón, salvo que cambien los colores.

La lluvia caía al mismo ritmo que lo hacían los centros del equipo de Caruso. Nada asustaba a los hinchas. Sí, era preocupante ver como se desperdiciaban las contras. Preocupante en el sentido que a mayor cantidad de goles, mayor calidad de la gastada y de la celebración roja.

Ya en el segundo tiempo el gol del ex Rojo Damián Ledesma enmudeció por unos instantes al hincha. Sin embargo, y cuando peor lo pasaba el once del Tolo, la gente sacó a relucir una vez más esas ganas y ese sentimiento incondicional que hace que cada partido sea inolvidable, que cada festejo sea un espectáculo insoslayable.

Así fueron pasando los minutos hasta el final. Racing podría haber empatado en uno de sus centros sin destino, de equipo desequilibrado. El Rojo estuvo cerca de aumentar el marcador, aunque mejor así ya que le permite a Caruso seguir con trabajo y a los hinchas diablos, continuar saboreando la debacle académica.

Cuando Laverni dio por finalizado el encuentro la hinchada visitante, bañada en rojo, no paraba de saltar, gritar y festejar. Un espectáculo sensacional y emocionante si agregamos la unión que se dio con este plantel. Jugadores e hinchas gritando al unísono, unidos por los mismos colores y la alegría.

Los minutos pasaban y la gente no se iba. La policía exigía el desalojo, pero el hincha del Rojo seguía ahí, cargando a todo un estadio en silencio (sólo hubo insultos a Caruso y los jugadores), pasmado por el frío y la derrota, herido en su casa a medio llenar. Es que es así, en Avellaneda manda papá y siempre estará vestido con el color de la pasión.

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