“Nunca pensé en gritar tanto un gol de Gimnasia tan fuerte. Acá los chicos lo gritaron mucho también”. Esas fueron las palabras de Omar Asad una vez finalizado el encuentro. En La Paternal y en Banfield seguramente otros dos entrenadores con pasado rojo deben haber festejado la victoria tripera. Dos técnicos que al momento de estar en Independiente no fueron capaces de propiciar el escenario que les hubiese permitido festejar en Avellaneda y ahora celebran la caída del puntero, en su afán de alcanzarlo.
En la otra mitad de La Plata y en Liniers seguramente hubo algún brazo en alto y hoy se sacarán los ojos para tratar de arrimar. Incluso en Colón e Italia debe haberse festejado también la derrota de los players del Tolo. Por esas cosas de la vida, en la ciudad del más grande, también hay gente con demasiada mugre en casa como para mirar dentro y, subidos al carro del triunfo de los amigos, no distinguen que el resultado atenta contra sus propias intenciones de mantener la categoría. Dios los cría y ellos se juntan.
Basta con mirar a la cara a los jugadores de Independiente, una vez finalizado el encuentro, para darse cuenta que, a diferencia de otros planteles que no hace mucho vestían esta gloriosa casaca, las derrotas no pasan inadvertidas. Hay hambre, hay ganas. Las guapeadas de Vella, los intentos de Nuñez, el coraje de Tuzzio son muestras claras de ello.
Perder duele, pero el sueño está intacto y la chance de volver al triunfo está a la vuelta de la esquina.“Lo que no mata, te fortalece”, fueron las palabras de Gallego, una vez finalizada su conferencia de prensa, previo a subir al micro para marcharse de La Plata. Y es así. A este gigante le costó horrores salir del letargo para dejar pasar esta chance de subirse nuevamente a lo más alto. Dale Rojo, que no ha pasado nada.
