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Independiente parece boicotearse todo el tiempo. Cuando está por fin avanzando y tratando de encontrar algo de paz, el equipo vuelve a dar varios pasos hacia atrás y nunca termina de afianzarse.

Un freno de mano al entusiasmo

Independiente parece boicotearse todo el tiempo. Cuando está por fin avanzando y tratando de encontrar algo de paz, el equipo vuelve a dar varios pasos hacia atrás y nunca termina de afianzarse.

Independiente parece boicotearse todo el tiempo. Cuando está por fin avanzando y tratando de encontrar algo de paz, el equipo vuelve a dar varios pasos hacia atrás y nunca termina de afianzarse.

Cuando el escenario le resulta absolutamente favorable, en vez de envalentonarse y sacar pecho, Independiente vuelve a hundir la cabeza y a pasar papelones futbolísticos sobre el campo de juego. Esta vez le pasó en el Viaducto ante un Sarandí complicadísimo por la permanencia. La derrota por 2-1 puede resultar inentendible, pero tiene sus razones concretas.

Independiente se boicotea todo el tiempo. Se escribió hace un par de columnas atrás que el conjunto de Avellaneda todavía arrastra pesados vestigios de un pasado reciente que todavía le duele y le vuelve cuando más desprevenido está. Son esos errores individuales, sobre todo en la defensa, que se pagan con goles en contra. En este caso fue en contra literal ya que Joaquín Laso la metió contra su valla en el amanecer del partido en Sarandí.

Mala fortuna, claro. Pero justo Laso. No pega una el defensor, que tenía la oportunidad de empezar a revertir la resistencia de los hinchas (lo silbaron en el anterior partido de local) que le reprochan sus bajísimos rendimientos. No pudo levantar la cabeza Laso. De movida se llevó por delante la pelota y la mandó a guardar contra el arco de Rodrigo Rey. De ahí en más sufrió la noche.

No solo Laso, todo el Rojo sufrió la cálida noche otoñal en el Sur porque no funcionó nada de lo que le venía funcionando a Zielinski. No hubo esta vez rendimientos individuales que ayudaran, ni el carácter suficiente para revertir el resultado ante un rival muy limitado, que se dedicó a tapar espacios y a jugar con la falta de ideas del visitante.

Si Sarrafiore había demostrado un buen primer tiempo ante Tigre, ¿por qué sacarlo? No se comprendió mucho cuando lo hizo en el entretiempo el fin de semana pasado. Y tampoco se entendió que haya elegido a un Kevin López que por el momento no está aún adaptado para hacerse dueño del fútbol del mediocampo rojo.

El tiro en el travesaño del arranque fue, con el resultado final puesto, un augurio de la noche esquiva que tendría el Diablo. Una noche en la que volvió a ser ese equipo apático de la primera parte del campeonato. Así, como si Zielinski nunca hubiera llegado. Como si los dos triunfos de local conseguidos nunca hubieran existido.

¿Se puede perder la memoria de un partido al otro? No, pero los vaivenes, futbolísticos y emocionales, son parte de un proceso que no se concreta de un día para el otro. En este camino largo habrá momentos en los que los miedos de antes se paren delante del equipo otra vez, desafiando su fortaleza. Pue bien, este Independiente todavía no es un conjunto fuerte y deberá seguir trabajando en consecuencia.

Ese gol tempranero lo descolocó y no pudo volver a encarrilarse. El doble cinco no generó. Los volantes externos ni rotando consiguieron desnivelar. Y el esfuerzo de los dos puntas resultó casi en vano ante una defensa rival cerrada. Y atrás… Figurita repetida. Nada se vio de la intensidad, del compromiso y de la actitud demostrada hace apenas unos días.

Lo bueno: si lo hicieron es porque está ahí, lo tienen y deben retomar ese sendero. Lo malo: el equipo aún es demasiado endeble a los contratiempos y se rompe apenas lo golpean. Ni la semana pasada era el City de Pep ni ahora es el peor de todos. Tendrá que aprender a hacer equilibrio para encontrar la regularidad que le permitirá quitar el freno de mano y seguir creciendo para no atentar con el entusiasmo general.

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