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Independiente y sus problemas chocaron con Gimnasia y sus problemas. Pero el Lobo los dejó de lado y puso lo que había que poner en la cancha, mientras que el Rojo se hundió en su desidia. Un contrapunto que expone aún más la penosa realidad de los de Falcioni.

Cuando la actitud hace la diferencia

Independiente y sus problemas chocaron con Gimnasia y sus problemas. Pero el Lobo los dejó de lado y puso lo que había que poner en la cancha, mientras que el Rojo se hundió en su desidia. Un contrapunto que expone aún más la penosa realidad de los de Falcioni.

Independiente y sus problemas chocaron con Gimnasia y sus problemas. Pero el Lobo los dejó de lado y puso lo que había que poner en la cancha, mientras que el Rojo se hundió en su desidia. Un contrapunto que expone aún más la penosa realidad de los de Falcioni.

Cuando la actitud hace la diferencia se nota demasiado sobre el campo de juego. Porque de un lado se corre y se encara hasta el final; y del otro se deambula simulando querer jugar pero en piloto automático y sin reacción alguna ante los estímulos que se ofrece el partido, llámese un gol en contra o un gol a favor. A este Independiente todo parece darle lo mismo porque siempre juega igual, como si nada. Y quedó aún más expuesto al cruzarse y caer justamente ante un Gimnasia La Plata que no se concentró por un reclamo salarial contra la dirigencia.

Actitud es lo que demostró el conjunto platense desde el vamos en el Bosque. A pesar de los malestares por no cobrar y de que el presidente del club salió un día antes con los tapones de punta contra los propios futbolistas, el equipo hizo lo que tenía que hacer: jugó, metió con ganas, fue al frente y se llevó una victoria contundente.

Del otro lado, la desidia hecha fútbol. El Independiente de Falcioni se esmera en dejar en claro que no puede más con su alma. Y casi ya que no intenta esforzarse en sacar fuerzas de donde no las tiene. No puede sostenerse sobre sí mismo. Y sus desgracias se repiten en loop. Una figurita repetida hasta la rabia es no poder sostener un resultado a favor.

Otra vez logró ponerse en ventaja gracias a un gol de Leandro Fernández, el único “héroe” en el lío del infierno. Pero otra vez no supo aguantarlo. Y se lo empataron. Y se lo dieron vuelta. Y lo sentenciaron. No con demasiado esfuerzo. No con demasiado fútbol. Pero con algo esencial: ímpetu, compromiso, actitud.

La falta de actitud es perder cada pelota que viene por arriba en el área propia. Es ni siquiera saltar para tratar de evitar que el contrario gane de cabeza cerca de tu arquero. Así le pasó a Juan Insaurralde y a Sergio Barreto en el segundo y tercer gol del Lobo. La falta de actitud es perder la pelota sobre un costado y seguir trotando como si nada hubiera pasado en vez de perseguir al adversario que se va hacia el gol, como hizo Alex Vigo en el segundo tiempo ante el pibe Domínguez.

La falta de actitud es no responder con el corazón cuando la cabeza y las piernas juegan una mala pasada por un contexto que tira todo para abajo como una arena movediza insaciable. Se dijo una y mil veces que todos los problemas y la crisis instituciones, económica y política tiene su repercusión en el vestuario y en el plantel. Sin embargo, cuando enfrente hay un grupo de jugadores que también pasan complicaciones y están fastidiosos y de todos modos salen y se comen al rival, queda en claro que siempre algo más se puede entregar.

Este Diablo está en pena. Y no tiene intención alguna de sacar la cola de entre sus patas y mirar al frente. No tiene un mal once, aunque no tiene recambio. Cuando se permite tener el balón y buscar toques los ha encontrado, pero de a ratitos. Tiene buenos pies en el medio, pero no se conectan. Y tiene delanteros picantes, goleadores, cuando los del medio empujan y acompañan. No obstante, su cabeza lo boicotea constantemente a este Independiente que en cada presentación se va rojo de vergüenza.

El único que da un plus en este escenario, a simple vista, es Leandro Fernández. Al margen del gol, regala energía, lucha y no se resigna a la derrota. El resto se conserva dentro de una pasividad alarmante que desnuda que más allá de las falencias del juego en sí, hay una falta de actitud que termina de cerrar un círculo vicioso muy negativo.

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