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Boca superó a Independiente

La importancia de la jerarquía, en 3 minutos

Boca superó a Independiente

Todos los esfuerzos y méritos que había hecho Independiente chocaron de frente con la calidad de Boca que en un par de jugadas resolvió el clásico a su favor. Sin refuerzos el panorama será desolador.

El partido con Boca terminó siendo una muestra cara de la importancia de la jerarquía en un plantel de fútbol. Todo el ímpetu, el esfuerzo, las buenas intenciones y el sudor que puso Independiente durante el primer tiempo y parte del segundo quedaron minimizadas por tres minutos catastróficos en los que la diferencia de calidad en la resolución de los hombres xeneizes inclinaron la tarde a su favor y dejaron a Independiente girando sobre su eje, mareado.

Cuando Ricardo Zielinski insiste en que necesita sumar refuerzos que seas “titulares”, se refiere justamente a esto. Bastará con ponerles el video del partido de este sábado en Avellaneda a los dirigentes para hacerlos entender que la urgencia es incorporar futbolistas que le den el salto de jerarquía que este plantel raquítico no tiene.

Independiente había hecho las cosas bastante bien sobre el césped del Libertadores de América-Ricardo Enrique Bochini. Cedió pelota a bordo del 4-1-4-1, aunque no perdió el control del partido; al contrario. Boca no supo nunca cómo atacar y no se asomó por el arco de Rodrigo Rey en una primera etapa en las que las acciones de riesgo fueron rojas.

Braian Martínez y su desequilibrio fueron el problema para Boca que solamente pudo solucionar Sergio Romero y su seguridad enguantada. El Chaco le ganó el duelo a Marcelo Weigandt una y otra vez. Y contó con un par de chances claras. Dos de ellas por búsquedas de Martín Cauteruccio, quien se puso la pilcha más de asistidor.

Fueron dos buenas pases aéreos, precisos. Martínez recibió abierto en el primero y cuando quiso definir ya tenía a la enormidad del arquero de Boca encima. La segunda fue un balón que fue de un lado al otro y encontró al Chaco en el segundo palo para ejecutar, aunque otra vez tapó Romero. En el medio, había tenido otra el pibe de Pampa del Infierno: de un córner corto jugado con Sergio Ortiz, probó con un remate cruzado que se fue apenitas al lado del poste más lejano.

Era más directo, vertical. Y aprovechaba los huecos en la defensa azul y amarilla, el cuadro del Ruso. La ecuación le cerraba: no sufría en su arco y estaba muy cerca del arco rival. Solamente le faltaba anotar, algo que nunca hizo. No la metió y le dejó a Boca la puerta abierta. Jorge Almirón movió el banco y algunas piezas del once. Adelantó al Colo Barco y puso a Frank Fabra, metió al Changuito Zeballos…

Por ese lado vino el desnivel. Un pelotazo punzante de Valentini, Fabra que dejó en el piso al Pala Baez y mandó la pelota al medio para la entrada de Zeballos. Tres toques, un gol. En el primer arrime serio, el visitante resolvió de modo efectivo. Pero el quiebre vino en los siguientes tres minutos desoladores.

Darío Benedetto metió la mano ante un tiro de Ayrton Costa. Penal. Y la jerarquía de Romero volvió a imponerse por sobre los delanteros de Independiente. Chiquito le tapó el tiro al uruguayo. Acto seguido se produjo la segunda llegada de los de la ribera y el segundo grito, esta vez de Valentini de cabeza, para sentenciar el clásico.

Dos ráfagas de Boca dejaron sin efecto todo el esfuerzo del Diablo. Lo que a Independiente le cuesta sangre, sudor y lágrimas, el Xeneize lo conquistó en tres minutos por la ventaja que tiene en sus individualidades. Jugadores resolutivos, que ganan en el uno contra uno, y que están visual y técnicamente un paso adelante que su adversario.

¿Mereció más Independiente? ¿El 2-0 final fue demasiado castigo? Puede ser. Pero el fútbol se trata de algo más que de merecimientos. Así, el Rojo se despidió de un torneo que le resultó un verdadero martirio. Lo sufrió de punta a punta, con Stillitano, con Monzón y ahora con Zielinski. Ninguno le encontró la vuelta a un plantel mentalmente hundido, frágil, sin jerarquía, sin líderes, sin rebeldía y plagado de pibes desorientados.

Tres minutos bastaron para darse cuenta -por si algún dormido no lo había hecho aún- que sin refuerzos, la profundidad del pozo en el que está el equipo será cada vez mayor. Y el infierno esta vez no está para nada encantador.

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